A LA ÚLTIMA
La homofobia
EL TÉRMINO homofobia se lo inventaron los grupos de presión homosexuales para designar a todo el que no justificase y aplaudiese sus tendencias y sus comportamientos. Como ocurre con todas las manipulaciones ideológicas, tiene un principio defendible, y una práctica demagógica y sectaria. El principio es la necesaria y saludable reacción contra el trato agresivo hacia los homosexuales, que a veces se ha expresado en forma de palizas, apedreamientos o incluso agresiones peores que han llegado en algún caso hasta la muerte. La práctica demagógica consiste en meter en el mismo saco a esos ataques y a la mera constatación de que la homosexualidad, en la especie humana, es una forma de anomalía que contradice la naturaleza de los animales sexuados, entre ellos los mamíferos, el hombre incluido. Los inventores de la palabra homofobia no quieren distinguir entre las personas y sus conductas, y confunden -interesadamente, desde luego- la comprensión que se debe hacia los homosexuales como personas con la justificación de sus comportamientos anómalos. Es el viejo truco de hacer pasar por justificable lo que se hace libremente sólo porque se hace libremente, lo que no deja de ser una majadería, porque los violadores o los atracadores de bancos también actúan libremente, y a nadie se le ocurre aplaudirlos por lo libres que son. Pero el truco funciona bastante bien. En Francia, el Gobierno acaba de aprobar un proyecto de ley contra la homofobia, como reacción al proceso que la Justicia francesa ha abierto por el primer simulacro de matrimonio celebrado en el Ayuntamiento de Bègles. Es obvio que el proceso abierto se debe a que no existe soporte jurídico para que se considere matrimonio a esta comparecencia de dos señores en el Ayuntamiento para legalizar su particular ayuntamiento. Pero el Gobierno galo, completamente infectado por esta confusión ideológica, ha resuelto que hay que equiparar la 'homofobia' con el racismo o el antisemitismo. Ahora habrá que ver si los legisladores ofrecen a los jueces el soporte legal que éstos necesitan para dejar de considerar una farsa lo ocurrido en Bègles.