Diario de León

VENTANA ABIERTA

La democracia venezolana

Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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CONTRA PRONÓSTICO, Hugo Chávez ganó holgadamente el domingo el referéndum sobre su revocación como presidente de Venezuela. Con una gran participación, la opción «no» a la propuesta de la oposición consiguió más del 58% de los votos. El apoyo al «sí», con casi el 42% de los votos y algo más de 3,5 millones de sufragios, resultó insuficiente: no sólo no venció sino que no alcanzó tampoco los 3,7 millones de votos que logró Chávez en las elecciones generales de julio del 2000. Los resultados han sido avalados, sin reservas ni matices importantes, por la Organización de Estados Americanos y por los observadores internacionales del Centro Carter. Aunque los escrúpulos democráticos del oficialismo chavista son perfectamente descriptibles y no puede descartarse por tanto que haya habido irregularidades, las acusaciones de fraude que la Coordinadora Democrática que agrupa a los adversarios de Chávez quedan, pues, en precario y muy atenuadas ante la opinión pública internacional. Aunque la consolidación del líder populista ha tranquilizado relativamente a los mercados de petróleo -su derrota hubiera supuesto una desestabilización grave del país americano-, su continuidad no es precisamente una buena noticia para los venezolanos. Chávez, antiguo militar golpista que se dio a conocer con una intentona frustrada contra Carlos Andrés Pérez, es un líder atrabiliario y estridente que se mantiene en una posición marginal con respecto a la comunidad internacional y que, por ideología y capacidad, no situará a su país en la senda adecuada de desarrollo democrático y material. Venezuela, un país con grandes recursos, quinto productor mundial de petróleo, padeció hasta 1998 una lamentable decadencia del régimen nacido de la Constitución de 1961. Durante más de cuarenta años, estuvo establecido en el país un estéril y corrupto bipartidismo a cargo de Acción Democrática (AD), socialdemócrata, y COPEI, democristiano. Difícilmente podrá pues causar sorpresa que las clases depauperadas apoyen fervorosamente a Chávez en tanto las clases medias y altas deseen reinstaurar un modelo democrático convencional, acorde con las corrientes liberales hoy predominantes. Porque, en definitiva, como ha manifestado en la prensa europea la venezolana Ana María San Juan, experta en ciencia política, el debate de su país no está establecido entre una «dictadura castro-comunista» y un grupo de «golpistas fascistoides», ni siquiera entre populismo y democracia como podría parecer en una contemplación superficial del panorama: más allá de la espuma de la situación, la controversia versa sobre la naturaleza del Estado: Chávez apuesta más o menos conscientemente por «más Estado» y por crear una democracia más participativa que dé protagonismo a los sectores más desfavorecidos, en tanto los instalados apuestan por el modelo liberal, que incuestionablemente impulsaría a medio y largo plazo una verdadera modernización del país que acabaría redimiendo también a las clases marginalizadas. Su populismo le lleva a utilizar los ingentes recursos procedentes del petróleo en proyectos educativos y sanitarios -puestos en pie por expertos cubanos- dirigidos a las capas indigentes de su país. Es dudoso que por este camino consiga elevar realmente su nivel de vida y remediar para siempre los grandes desequilibrios estructurales. Pero la opción alternativa ya intentó durante cuatro décadas levantar el país sin conseguirlo. Por decirlo más claro, han sido los «liberales» venezolanos los verdaderos causantes del desastre, los sembradores de la simiente populista que finalmente ha arraigado. Y la situación sigue siendo por ello mismo dramática: Chávez no es la solución pero quienes podrían implementarla sufren todavía el descrédito proveniente de haber lanzado a Venezuela al fondo de un profundo despeñadero.

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