Diario de León

El paisanaje

Otro que tira de la manta

Publicado por
Antonio Núñez
León

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PASADA cierta edad la vida depara cada vez menos alegrías, aunque algunas levantan un tanto la moral. Es lo que suele pasar, por ejemplo, cuando al cabo de los años se topa uno en la calle con un antiguo compañero de colegio al que se le había perdido la pista, a alguien de la misma quinta que también sirvió en Ceuta o a un primo segundo de la más tierna infancia cuyo padre emigró a Alemania y ahora regresa con un mercedes. En estos casos se suele llegar eufórico a casa y abrazar a la familia con un «a que no adivinais con quién me entontré hoy». Está claro. Naturalmente el abuelo ha pegado la hebra con uno que estuvo en Brunete, cuando la batalla del Ebro, el padre con un ex compañero de pupitre que ahora es un cargo de importancia (Zapatero tiene tantos que de pequeño o debió ser un trashumante de las aulas o lo echaron de todas), y el hijo con un colegui repetidor de curso de cuando, antes del porro, el water del instituto apestaba a bisonte sin filtro. Este tipo de reencuentros rejuvenece a todo el mundo con una sola excepción: cuando al cabo de los años se da uno de bruces con su primera novia y sólo se le ocurre aquello de «coño, se parece cada vez más a su madre». Dicho esto, a un servidor se le han quitado quince años de encima viendo el otro día en los periódicos a Rafael Vera, que no quiere volver a la cárcel, a Roldán, que quiere salir, a Barrionuevo, que también estuvo dentro, a Corcuera, el de la patada en la puerta, y a González, envidiado por todos los de mi quinta cuando en los mítines todas las mozas lo recibían al grito de «Felipe, queremos un hijo tuyo». Ni Leticia ni Bisbal pueden comparársele todavia hoy. Según cuentan los periódicos, el ex director general de Seguridad, Rafael Vera, tendrá que volver a la cárcel para cumplir siete años de condena por malversación o apropiación de fondos públicos en una cantidad probada de 3,8 millones de euros (unos 600 millones de las desaparecidas pesetas) y que aún no ha devuelto ni piensa hacerlo, porque asegura que no tiene suelto. Era una pasta gansa de los llamados «fondos reservados» para la lucha contra el terrorismo y que tan reservados eran que no se ha vuelto a saber de ellos. Él sí debe saber algo de los GAL, porque ha amenazado con tirar de la manta si vuelve a la cárcel, ante lo cual González, Corcuera, Barrionuevo y otros que no cabrían aquí se han apresurado a pedir un indulto alegando «meritorios servicios al Estado y la democracia». Si la patria les debía algo, se lo han cobrado con creces, pero, como Zapatero y el ministro de Justicia son de la misma empresa, es de suponer que se lo conceda o les dé otro anticipo. Lo del GAL fue una chapuza, aunque seguramente con buena intención. Quedaron por el camino o por las cunetas veintitantos cadáveres de etarras o de gentes que, si no lo eran, se les parecían bastante. Le encargaron el trabajo a los policías Amedo y Dóminguez, como si fueran Torrente, el brazo tonto de la ley, los cuales, a su vez, subcontrataron a la mafia de Marsella, probablemente por vagos. Se les fue la mano, pero aún esto es disculpable, como cuando Margaret Thacher, más o menos por las mismas fechas, mandó apiolar en el Campo de Gibraltar a un par de angelicos del IRA. Las guerras contra el terrorismo no son ni sucias ni limpias: simplemente son así. El caso de Vera, como el de Roldán, es, sin embargo, diferente. La Thacher en su día, cuando la interpelaron en la Cámara de los Comunes, se limitó a responder «sí, lo mandé yo ¿pasa algo?». Lo que fue disculpado por la opinión púclica británica con la habitual flema a eso del té de las cinco, una vez echadas las cuentas de los atentados que se atribuían a los terroristas difuntos, de modo que la oposición sólo se atrevió a musitar «joder, con la buena señora». O como se diga en inglés. El problema de Vera y de Roldán es que, a mayores, se llevaron la pasta. Y se cobraron con creces sus «meritorios servicios al Estado». Lo mismo que otros compañeros de la época en los escándalos de la Cruz Roja, el BOE, los pellones de la Expo de Sevilla (a mil millones de pestas por cada contrata de Jacinto Pellón), etcétera. Qué tiempos aquellos, por no rememorar las comisiones de Filesa y el AVE. Si no fuera eso, podrían pasar, incluso, por héroes y la opinión pública española y cañí de aquella hubiera sentenciado el caso, como el de Curro Giménez y el Algarrobo, con un «he aquí un par de lo que hay que tener». Como paisano y vecino de juventud de Zapatero, si un servidor se lo encontrara ahora por pura casualidad en Madrid, pongamos que en la estación del metro de Moncloa, no dejaría de darle un consejo: «macho, si Vera quiere tirar de la manta, que tire, allá él, pero, de cazurro a cazurro, no dejes que se la lleve».

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