Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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EN LAS PELÍCULAS americanas al final siempre triunfa el bien, pero en la política leonesa frecuentemente el mal se sale con la suya. Y el caso es que nos preguntamos a menudo por qué algunas otras provincias prosperan y León no, y al respondernos solemos echarle la culpa al mundo, a alguien de fuera, a la suerte, al destino, pero acaso alguna vez los leoneses, al ver y sufrir nuestra realidad política, debiéramos sacar los ojos de nuestro propio ombligo y hacer un severo autoanálisis. Y un análisis profundo, precisamente ahora, implica hablar de la corrupción y hablar del miedo. Y es que la corrupción y el miedo, como eslabones de una cadena, siempre están unidos. Sí, la corrupción se nutre del miedo, genera miedo, le interesa tanto el miedo a las represalias como la compensación mediante favores económicos, políticos, laborales o sexuales. Y es que la corrupción económica, la del que es capaz de meter la mano en la caja pública o de utilizar la política para hacerse rico y famoso, va siempre acompañada de corrupción sexual o moral. La corrupción política, sí, es inversamente proporcional a la prosperidad de cualquier provincia o región no sólo en España, sino en todo el mundo. Pero dicha corrupción, en todo el mundo también, además de resignación, escepticismo y estancamiento económico trae siempre aparejado un enorme miedo al cambio. Claro que todo el mundo es consciente aquí de quien es corrupto pero nadie lo dice, y nadie mueve un dedo para mejorar la situación ni siquiera a la hora de votar. Todo el mundo desea que haya una solución a esto de la corrupción, claro, y desea prosperidad para León, pero que la solución venga de fuera. Que no tengamos nosotros que hacer nada. Que nos lo den hecho. Que traigan dinero de Madrid y de Valladolid. O, si no lo hacen desde fuera y lo tenemos que hacer nosotros, virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Para que León prospere no necesitamos sólo políticos con ideología y honestidad, sino también estadistas. Mandatarios que no piensen en la próxima elección sino en la próxima generación. Servidores de la causa leonesa que no voceen sino que digan; que no chantageen sino que negocien.Y es que, en contra de lo que parece, la corrupción se nota mucho. Es casi evidente. La corrupción no siempre precisa pruebas, no, es cuestión de talante. Y es que cada vez resulta más importante el talante. En la forma de hablar, actuar, ganar y tomar decisiones se ve al político corrupto. Se percibe en su populismo, en su discurso no transcendente, en su poca reflexión, en su inaccesibilidad, en su prepotencia, en su tendencia al machismo y al personalismo, en su impuro sentido del humor. El corrupto es ese político, ese individuo, que con sus pautas, modos y maneras demuestra que, en privado, en su relación de pareja no conoce el amor, y en sus relaciones interpersonales detesta la ternura. Es el que desconfía de la afectividad y denota poseer una cultura más bien superficial. Sí, podemos definir la corrupción como la condición del hombre que no sabe amar, y no intenta aprender. Cuando permitimos que la voluntad del corrupto se imponga, cuando callamos por miedo a las represalias, ni nos ponemos a salvo individualmente, ni prosperamos como pueblo. Mas bien nos quedamos como siempre, pensando que esto no tiene solución, y siendo el culo de esta comunidad autónoma, la ciudad más envejecida de por aquí y más políticamente estancada en lo de siempre, que en vista de como nos va, no es lo mejor. Puede parecer que ahora, con la que nos viene encima, lo conveniente es no entrar al trapo, escribir columnas sobre otra cosa, nadar y guardar la ropa. Pero no basta con no ser corrupto si se silencia la corrupción. Conviene recordar aquella perspicaz cita de Nietzche: «El político corrupto trata de dividir la humanidad en dos clases: los instrumentos y los enemigos». ¿Cuál de los dos soy yo?

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