Diario de León

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CHUMY Chúmez, que en la gloria de la gracia está, le cogió cierto enfile al mítico Durruti. Chumy despuntaba en el dibujo ya de crío en su escuela vasca mientras la guerra incivil descuartizaba España y la metía en una checa. Ni que decir tiene que en aquella escuela se profesaba lealtad republicana inquebrantable y decretada. Durruti era para todos un héroe, un símbolo de la resistencia y era tenido por propio ante el claro cuño vasco del apellido, aun siendo Buenaventura leonés de cuna, ciudadano del mundo por convicción y algo francés en tocando a consorte. Como mito lo tenía Chumy. Veneraba la talla del libertario y, claro, dibujaba su perfil, su retrato, copiaba la estampa aguerrida y combatiente de aquella leyenda viva y anarquista. Pero llegó el día en que todos le pedían esos dibujos, más retratos, ocho, quince, otros tantos. Empezó a cargarle la reiteración. Después vinieron los maestros para que lo pintara en un mural, en el encerado o en revistas del sindicato y pasquines. Le acabé cogiendo cierta manía, decía Chumy, y mira que me caía bien. Conozco a uno a quien sucedió algo parecido. Lo suyo no eran durrutis, sino cristos (estudiaba en aulas de sotana). Pero vino un día y la adolescencia y se acabaron los torturados rostros de crucificados porque asomó en su vida el redentor de parameras manchegas y desfacedor de entuertos, el de la triste figura. Don Quijote, además, se presta mejor al dibujo tremendo con tanta barba de profeta y armadura de bufa y pega, bacía en la sesera y pelos saliéndole de las orejas. Repetido cuatro o cinco veces ese perfil, sale de corrido el garabato. Aquellos quijotes gustaban y se multiplicaban los encargos. Los dibujó hasta empacharse del trazo y del mito, aunque era lápiz al estilo de Doré, el que mejor ha ilustrado la obra de Cervantes, quizá porque era francés. Muchos amigos le recuerdan hoy que todavía conservan enmarcados aquellos dibujos de guaje. Entonces él hace que se avergüenza, pero el verdadero rubor que le sube a la cara es porque todavía no ha leído el Quijote. Unas páginas sí, como todos, un mariposeo sobre esa sintaxis enrevesada y fatigante. Ya le vale. En su descargo alega que la culpa la tiene la lectura decretada en aulas demasiado mozas y que parecida cosa puede ocurrir hoy con tanto centenario y celebración dictada.

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