Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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HA BAJADO notablemente la calidad de los programas en la televisión española. Aún no hace tantos años enchufabas el aparato a la hora de la siesta y salía Bus Buny, el conejo de la suerte, con la zanahoria en una mano y anunciando con la otra un desternillante epìsodio de dibujos animados, marca Merry Melodies , que siempre empezaba con un «¿Qué tal, amigos?», un «¿Qué hay, viejo?», o algo así, en todo caso un saludo muy a la americana. Era bastante divertido. Ahora enciendes la tele y sale hasta el aburrimiento Bush (George) en vez de Bus (Buny) y, aunque los dos tengan las orejas muy aparentes, no es lo mismo. También Bush le dice a Zapatero lo de «¿Qué tal, amigou ?, si bien con el palo en la mano en vez de la zanahoria. Eso fue esta semana en Bruselas y, vista la cara del gringo, tenía poca gracia. Los americanos suelen ser muy directos y les gusta tratar las cosas de tú a tú, de modo que hasta en las recepciones de cierto postín los invitados suelen llevar pegada a la solapa una pequeña tirita en la que figura el nombre, cargo o mérito de cada cual. La ponen hasta en los uniformes militares para saber quién es quién, cosa que también se ha importado aquí recientemente. Antes los que hacíamos la mili no éramos nadie y el sargento más chusquero mandaba que te le cuadraras con un perentorio «¿Qué hay, recluta?». «Pintabais menos que menda», me dijo ayer, multa en mano, un número de la Guardia Civil. El saludo «¿Qué tal, amigo?», en contra de lo que pueda parecer aquí, no es lo que parece. En España suena entrañable, pero allá en México y Texas, de donde procede Bush con su sonrisa de conejo, significa algo así como «¿Qué coños quieres?» o en Chile cuando preguntas la hora o pides una cerveza y te dicen invariablemente a todo «¿Cómo no?», pero está claro que no te conocen, porque, en caso contrario, te llamarían por el nombre de pila. De la escasa conversadera de apenas cuatro segundos entre el tejano Bush y el cazurro Zapatero con el famoso «¿Qué tal, amigo?» han deducido las televisiones españolas que los dos son compadres por lo mejicano. De eso nada, cuate. Da vergüenza ver a la diplomacia y a los diplomáticos españoles, antaño altaneros, como el capitán Alatriste, aunque fueran más bajos que Aznar, arrastrándose ahora por las alfombras de Bruselas, cual puta por rastrojos, mendigando un apretón de manos, una palmada en la espalda o una sonrisa OK del americano Bush, con cuya bandera Zapatero, eso era antes, se ufanaba de limpiarse salvas sean las partes. Si, encima, el ministro de asuntos exteriores, señor Moratinos, recibiera un ósculo en sus melífluas mejillas de la negra Condoleeza Rize sería como el beso de la flaca. En la diplomacia de risa que sigue el Gobierno -la visita del venezolano Hugo Chávez, mílico de cuchara de ida y vuelta, fue el colmo del ridículo- hasta al Rey le toca hacer de Pato Donald, llevándolo de Marruecos a Jordania y, tal como se anuncia, de ahí a un Sol Meliá en La Habana, que por razones de sobra conocidas es el sitio menos indicado para un Borbón, según comenta en privado la Reina y no precisamente por lo atractivo de las barbas de Fidel Castro. Cierto abogado leonés, que hasta hace cuatro días, como quien dice, solía coincidir a la hora del vino con el presidente del Gobierno resume la irresistible suerte y ascensión de éste último de forma muy plástica y que se entiende a la primera: «los hay que nacen con una flor donde tú ya sabes y los hay también a los que les crece un ramo». «Sin embargo y después de lo de Bush», añadió masticando melancólicamente el aperitivo, «va a necesitar una pata de conejo». Aunque ya no seamos la gran potencia que fuimos -cuando Felipe II, no cuando Felipe González ni Aznar-convendría, por lo menos mantener cierta dignidad allende nuestras fronteras. De modo que, si Bush saluda con un banal «¿Qué hay, amigo?», lo mínimo que debe hacer un presidente español es reconvenirle diplomáticamente, eso sí, pero con cara de mala leche, como cuanto en la serie de los Ropper la señora Mildred soltaba aquello de «¡George...!», y no había nada más que hablar. Con mayor o menor talante todo lo demás son risas de conejo. Volviendo a los dibujos animados, que no tienen desperdicio, como la política internacional española, es también probable que el ministro Moratinos, de alias el correcaminos , haya empujado a Zapatero hacia Bush al grito de «ándele, ándele, no más...», estilo Pancho Villa y con acento de Chihuahua, porque, a fin de cuentas, tampoco él levanta demadiado. ¿Conclusión? La que siempre decía el conejo Bus Buny al final de cada peliculón con la misma zanahoria entre los dientes: «muy bien, amigos, eso es todo».

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