Diario de León

EL PULSO Y LA CRUZ

Respiremos hondo

Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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ESTAMOS en la semana de Pascua y, por eso, aún llegan a tiempo estas consideraciones alusivas al día más grande de la fe cristiana. Cristo se ha levantado sobre el mundo, vencedor del pecado y de la muerte, y por eso a todos se nos ha abierto una puerta a la esperanza. ¡Aleluya! Que venga Dios y lo vea Esto es lo que evocamos, actualizamos y celebramos en la Pascua. Ya saben que la palabra Pascua pertenece a la religión judía -nuestros padres en la fe- y que describe el paso salvador de Dios por medio de las situaciones de esclavitud del pueblo de Israel en Egipto. Dios «pasó» magnífico en una noche de primavera y rompió las cadenas de quienes ansiaban la libertad. Liberados de la opresión de los faraones, pudieron emprender la peregrinación hacia la plenitud, representada en una Tierra Prometida que manaría leche y miel. Desde aquella noche, el pueblo judío celebra la Pascua compartiendo un cordero en una frugal y significativa cena. El Cordero pascual. El símbolo de una inocencia ultrajada, de una sangre liberadora, de una unidad recompuesta, de un amor sin límites. Todo era figura de lo que habría de suceder: unas nuevas esclavitudes, un nuevo Cordero, una libertad completa acogida como un regalo, una esperanza definitiva que nadie podrá matar. Es el vértice hacia el que apunta toda la historia humana, que se convierte, en manos del amor de Dios, en historia de salvación acabada. Porque hoy necesitamos que Dios siga pasando por nuestras situaciones de minusvalía y deterioro. Que pase por nuestro mundo donde siguen cabalgando los caballos apocalípticos de la guerra, del terrorismo, de la violencia, del maltrato de los más débiles. Que pase por el Norte para borrar nuestras soberbias y recorra el Sur para levantar de la miseria. Que pase barriendo las agresividades y descalificaciones que se producen entre hombres y mujeres del pensamiento, de la política, de la religión, de las culturas, de los nacionalismos. Que pase por el caos de los abandonos y soledades de tantos ancianos, enfermos, deprimidos, mujeres separadas, niños no queridos. Que pase por medio de las comunidades humanas marcadas por el odio, la envidia o el menosprecio, y por las familias rotas o que viven en perpetuo drama. Que pase por el pantano de los males morales, que son los pecados de siempre y los de ahora. Que pase por las locuras sin sentido de la cultura del vacío en tiempos de postmodernidad, donde sólo cuenta el vivir con el máximo de placer y el mínimo de exigencia. En fin, que Dios mismo se haga hoy el encontradizo con nuestra civilización y trace sobre nuestros horizontes alicaídos una línea de esperanza. Contra el sinsentido Son tristezas algunos signos de muerte, como las decisiones tomadas frente a la agonía de la estadounidense Terry Schiavo, la última catástrofe de Sumatra... o el vandalismo que ha tenido que sufrir el edificio del Seminario Menor de León. Son ilusión algunos indicios de vida como la campaña de la Conferencia Episcopal («Todos fuimos embriones») o el XI centenario del monasterio de Abellar, en Canaleja de Torío, que comienza a celebrarse mañana a las 5,30 de la tarde. Por eso las celebraciones de estos días no son un puro recuerdo. Necesitamos de Dios presente, que se entrañe en nuestra historia y nos saque arriba, hacia un reino de paz y de perfección. Por eso evocar, de mil maneras litúrgicas y extralitúrgicas, sociales y familiares, el sacrificio del nuevo Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es abrirnos a la esperanza de aceptar que lo que Dios obró en el pasado lo sigue obrando hoy. Cristo es nuestra salvación. Él, cordero sin mancha, es el que borra los pecados del mundo. Él, cordero entregado a la muerte por amor, es el que arrastra a la muerte al reino de la nada. Él, abrazado al sinsentido de una muerte injusta, es el que nos salva definitivamente dando sentido a todo. Ésta es la clave en que podemos entender la salvación que Dios nos ofrece: la vida y la muerte tienen sentido. Aleluya, pues. Cristo es el Vencedor. Contando con su amor de donación nunca jamás podremos sentirnos huérfanos. Siempre habrá razones para la esperanza. Respiremos hondo. ¡Felices Pascuas!

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