Diario de León
Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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SÓLO A UN alcalde colombiano se le podía ocurrir la idea de decretar la prohibición del chisme y penarlo con multa de significada cuantía. Yo no desespero al confiar en que los alcaldes cultiven la sindéresis y el comedimiento pero lo cierto es que decisiones como la de esta autoridad me desconciertan y me abaten en la desesperanza. Puede ser que el chisme tenga mala prensa porque habitualmente se usa para difamar o desacreditar por medio de falsedades a alguien pero entonces habría que suprimir un porcentaje muy elevado de noticias, dispuestas exclusivamente con este fin. Todos los mítines electorales, la mayoría de las declaraciones de los políticos, la mala lengua de los intelectuales desprestigiando al colega que ha ganado el premio, la de los artistas... todo eso debería caer en la disciplina prohibitiva del alcalde prohibidor y los medios de comunicación se verían forzados a cerrar casi todas sus secciones, incluida la información de la Bolsa, la institución más chismosa de todas pues que vive de ir contando lo que se cuece en los corros: quién ha comprado eléctricas y quién ha vendido petroleras, asuntos íntimos que a nadie deberían interesar. Conclusión: no quedaría en los periódicos sino el tiempo y el horario de las misas. Se convendrá conmigo que la vida perdería mucha gracia. Además, suprimido el chisme ¿a qué tipo de parlería nos dedicaríamos? ¿Hablaríamos sesudamente de Platón o del imperativo categórico? No me parece que el cuerpo social aguante mucho tiempo semejante tratamiento. El chisme, se dice, difunde noticias falsas, pero ¿cuáles son las verdaderas? ¿está la verdad en alguna parte? ¿dónde anida y resplandece esa joya inencontrable? Propongo el siguiente experimento básico: hágase la prueba de leer un día varios periódicos y se advertirá que aquello que en uno es blanco, en el otro es negro. El chisme es pariente próximo del cuento y nadie negará que este cuenta con gran prestigio y que hay destacados escritores dedicados al cultivo de este arte para embeleso de sus lectores (por ejemplo, Antonio Pereira, el futuro duque de Villafranca del Bierzo, un adorable mentiroso). Velázquez fue el chismoso retribuido de la corte de Felipe IV como Goya de la de Carlos el cuclillo. La guerra deTroya fue un gigantesco chisme y sobre él está edificado el mejor poema de todos los tiempos. Ese tipo a quien la sociedad llama novelero porque cuenta cosas fantásticas y de entonada irrealidad es un chismoso, pero ¿no es un personaje preferible a quien coloca una monserga moral o un discurso sobre la España plural? Que son igualmente chismes pero cargantes y envueltos en el celofán de la dignidad epistemológica. Toda la crítica, la literaria, la artística, la de los toros, está directamente emparentada con el chisme porque el crítico es un chismoso solo que duchado, con gafas de respeto y que cobra a tanto la línea. ¡Cuánta mayor dignidad no tendrá quien esparce chismes de forma gratuita! Con todo ello llegamos a la conclusión de que se trata de la expresión más cabal del relativismo, una conquista de la Ilustración y del liberalismo que arrumbó los dogmatismos aniquiladores. Nada menos que el Estado, con su soberanía, sus reyes y sus parlamentos, nació de aquél estupendo chisme del contrato social de Rousseau, inventado para fundamentar una sociedad que se venía abajo porque, a base de las verdades pintadas, ya no se sostenía. Nadie había contratado nada pero el chisme o sea la patraña funcionó y, gracias a ella, los humanos nos mordemos poco y, a veces, hasta parece que nos queremos los unos a los otros. Por eso el chisme se debería tocar como el instrumento musical que es, como si fuera una flauta, accionando agujeros para sacarle, a base de tapar y destapar, la sinfonía de la sociedad, con el caleidoscopio de sus verdades mentirosas y de sus mentiras verdaderas. ¡Quien pudiera musicar así y hacerse polizón en el arte y en la vida!

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