Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los lunes sin sol

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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COMO SI FUERA un castigo, el hombre, y la mujer, claro es, y los niños que andan con la mochila al hombro, andamos por la vida y no nos enteramos de nada. No sabemos absolutamente nada de lo que sucede a nuestro alrededor, de lo que constituya la verdadera crónica de la ciudad, que no es, oiga usted, como se pretende por los pasajeros de vuelo y de andadura corta y sin fijeza, la situación de este o del otro equipo de deporte de base, ni la presentación en el centro más cómodo y de más popularidad del grupo aerodinámico transportado que emite ante la juventud bailona y estentórea, su música de ruidos. No son solamente estos sucesos lo que acreditan y fundamental la vida de una sociedad. Conocemos la existencia de costumbres, de tradiciones, de hábitos que sirven para que algún desocupado se entretenga analizando las posibilidades de rescatar alguna de nuestras señales de identidad, que suelen ser meras maniobras para ganarse la fama y la vida, y a veces en un ramalazo de luz, llegamos a saber que hay misa de doce en la Catedral y reunión de la permanente municipal para discutir sobre la responsabilidad de la pertinaz sequía. Todo eso y otras vanidades forman parte del repertorio urbano. Pero nadie explica, ni se responsabiliza de verdad, ni rompe lanzas a favor de instituciones, de grupo, enardecidos, cargados de razón ante la injusticia o la atrocidad de los bárbaros del norte, por ejemplo, entregados a la lucha en defensa de la mujer, víctima propiciatoria de esa especie inferior bípeda e implume que decimos hombre. Nadie, decimos, se da cuenta de que en su misma ciudad y alentando doctrinas de resistencia y amor, se formó hace tiempo un núcleo humano auténticamente «morido de amor por sus prójimos», que responde a la lírica denominación de «Los lunes sin sol», constituido en plataforma contra la violencia de género, o sea contra la salvaje disposición de los disminuidos mentales para imponer a golpes, con sangre y muerte, sus sinrazones. Y así que se producen estas bárbaras ejecuciones que se conocen eufemísticamente por violencia de género, los hombres y las mujeres de la plataforma tocan a rebato y llaman a los descuidados hombres y mujeres de la ciudad para reunirse en el ágora de la acera de Botines para protestar contra tanta villanía desatada. Ya que no podré disponer en su caso de la palabra precisa valgan estas apelaciones por escrito como testimonio de mi adhesión. Es lo menos que cabe exigirnos a los ciudadanos que andamos por la calle sin enterarnos de que existen hechos, sucesos, que cuando menos, exigen nuestra atención y nuestra adhesión. Bien sabemos que las manifestaciones no resultan armas lo suficientemente eficientes como para acabar con esta lacra nacional, pero algo habrá que hacer para romper nuestra criminal indiferencia. Las autoridades responsables, los jueces, los miembros activos de la policía disponen sí, de textos y de pretextos válidos para ejercer la función punitiva que estos sucesos deshonrosos exigen. Pero -¡ay de todos nosotros!- de bien poco valen pulseras, avisos radiados, dispositivos teóricos en defensa de la mujer amenazada, si ésta, por ineficacia de medios o de sistemas, acaba en la mujer asesinada.

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