Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El palomar del sordo

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SE HABLA DE MÁS de dos millones de sordos reales en la península Ibérica, que es tierra de sordos de conveniencia. Y el Gobierno previsor está disponiendo todo el bagaje necesario para establecer con carácter oficial la lengua de los signos, o sea aquel medio mediante el cual el sordo puede defenderse en la vida de los hablantes comunicantes. Considero desde mi condición de sordo, que será difícil conseguir que el lenguaje que se prepara pueda suplir a la verborrea del resto de la población civil o militar. La ciudad en la que vivimos, mejor o peor, pero peor sería no verlo, es tierra en la cual, no se sabe por qué fenómeno se da la sordera con frecuencia. En el índice de sordos ilustres aparece una figura estelar: «Lamparilla», que era un periodista venido del seminario, con tal agudeza y capacidad que consiguió prevalecer en una sociedad tan sorda como la nuestra, sin detrimento de su personalidad. Y de su éxito, porque a pesar de su dificultad auditiva impuso un estilo crítico en su profesión, que continúan repitiéndose sus frases y sus enmiendas políticas al cabo de los muchos años ya de su muerte. Y es que el sordo, lejos de ser un deshecho de tienta, un marginado, un perdido en la oscuridad, es en esencia uno de los seres con mayor capacidad para superar sus dificultades. El sordo natural, y aquel que perdió la vida por algún percance se caracteriza como un ser singular y valioso, precisamente por el instinto o voluntad de vida que demuestra e impone en su vida. Y a trancas o barrancas, con dificultades múltiples, acaba por conseguir un puesto en la sociedad. El sordo no es un objeto de compasión, sino un prójimo de relación. Lo que hace falta es que el resto de la comunidad le ayude con generosidad y sensibilidad a superar su situación. Con los sordos, se suele cometer un error de muy graves consecuencias, porque lo mismo que hay sordos de conveniencia, hay sordos oficiales, que son los más peligrosos y a los que no vale seguridad sanitaria porque su aplicación es inútil. Y es claro que intentamos referirnos a los sordos políticos. Hasta tal punto esta es una derivación peligrosa que de su comportamiento, perfectamente construido para su aprovechamiento, suelen derivarse resoluciones torpes. Se declara que así como no hay peor sordo que el que no quiere oír, cabe asegurar que no existe función política adecuada sin sus sordos en nómina. Todos los que andamos por este mundo de mudos a la fuerza , sabemos hasta qué punto el sordo es necesario y conveniente. Porque sordos bien ilustres se dan en la historia de la cultura, tales Goya o Beethoven, sin que su invalidez auditiva les haya privado de hacer una obra sobresaliente por la cual los seres dotados de todos los sentidos físicos han podido entrar en el mundo superior de las artes y de las ciencias. Se prepara por el Gobierno el reconocimiento legal de la lengua de los signos. Ignoramos, por supuesto la trascendencia que pueda llegar a tener esta fórmula de relación, pero es posible que su aplicación legal nos proporcione al menos la ventaja de que podamos ser escuchados e interpretados fielmente por aquellos que nos administran y enjuagan. Y que podamos alcanzar ese estado supremo de la democracia que consiste en no hacerse el sordo.

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