Diario de León

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NO NOS SALE la burra del sembrado. Vuelta al trigo, o sea, al puro zoquete, a la subvención soñada, porque se ve de nuevo por ahí la arremetida de una campaña con carteles pegados a tutiplén que reclaman la «oficialidá» del lleounés; ¿o será del lleonés, llionés, llunés, leonés o asturleonés?, pues de todas estas formas lo llaman y ni en eso de nombrar a la pretendida cosa hablada hay acuerdo; veloaí. En estos casos, siempre me acuerdo del filósofo Gustavo Bueno quien, tras aquella insistida campaña en todas las paredes asturianas con el grito en spray de «bable n'es escueles», publicó un extenso artículo que tituló con sabia coña «Y gaites n'es orquestes», que por ahí acabaría la jerga y lo oriundo. Refresquemos matices de la cuestión. El leonés, como deseada lengua, no existe por razones claras: no lo habla nadie, no se sabe cual es exactamente entre los cuatro que asoman ya muertos y no tiene gramática, que es la base incondicional para que exista una lengua. Otra cosa son los residuos dialectales, los vocabularios comarcales y unos cuantos modismos que serían objeto de investigadores o de politiquín con museítis, pero jamás de alumnos que nunca mamaron de su madre este idioma que ahora se inventan algunos soñando imponerlo oficialmente porque su fascismo mental y su cuerpo de jota o de equis así lo piden, que para eso son xóvenes y se arraciman en conceyu, cáguese el loritu y méixese la gallina. Todo el mundo sabe -por eso se tolera o lo sonríe- que pedir la oficialidad de una lengua inexistente es sólo un disparate delirante de una cazurrez oportunista, barata y copiona, incapaz de proyectar un futuro y entretenida viciosamente en un pasado del que se empeña en sacar munición para buscar desesperadamente diferencias a embutir en su programa político güeco. Y algo más, pues este gato lleva cascabel: en el fondo, en el único fondo, lo que se busca con todo esto es un empleo, una colocación, arrimarse a la función y al cargo vitalicio, pues de alcanzarse esa «oficialidá», ¿quién crees que serían los profesores, monitores o directores que pillarían la cosa en un «inter nos» con cargo a los presupuestos públicos?... Pues eso. Despejada la cuestión y curada la sinusitis, ataquemos ahora la sordera, porque aparte de tener la oreja algo teniente, la enseñan.

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