Diario de León

CORNADA DE LOBO

Joaquín de Canción

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LA POESÍA que no logra ser canción no rueda ni redivive en la voz; y agoniza, si no muere, en una estantería. Coplas y canciones son la tirria cochina del poeta que las tiene por género vulgar, canto rodado al que el viajero va dando patadas para que repique en la senda muda y amenice el tranco. A Joaquín, que es poeta sin quererlo ser, le pirra el estro popular, la lírica del aire del pueblo porque el autor de esas rimas fue menor o no lo consigna el eco; canciones que lo mismo que las lleva el viento las devuelve porque ese aire no es urraca bibliotecaria de las que atropan con codicia almacenera lo que pillan. Y lleva Joaquín décadas zambulléndose en su inventario, estudiando y publicando cancioneros renacentistas de alfonsos, palacios y catedrales. Se atrevió, incluso, con una tesis picuda: «Las Etimologías de san Isidoro romanceadas», trabajo de primor filológico que tiene una página cainita escrita en este León con, oh casualidad, un bibliotecario al fondo, o archivero o qué se yo, que le cegó puertas a estas investigación diciendo que no había nada de nada y resultó que el dómine tenía el asunto pillado por el rabo para apalancárselo en exclusiva. Total, que ahora el paisano Joaquín -un don González Cuenca facuntino y catedrático- ha editado el Cancionero General de Hernando del Castillo, cinco tomazos de rigor filológico impagable que ha sido reconocido por el premio bienal de la Real Academia. Por aquí la noticia ha rodado un tanto sorda. Su cátedra en La Mancha es como si estuviera en Seúl, quizá porque sus caros colegas de la Vegazana University le pusieron puente de plata cuando decidió abandonar este claustro con la pena o el espanto del pájaro al que le han tocado los huevos y ha de aborrecer su propio nido. Soñaba desde la universidad de Alicante con su León romanceado y aquí volvió, los amigos le animamos y en el corro que acapara el brasero le dieron con la badila en los nudillos. Así que... cómo me alegro de que su autoridad, rigor académico y amenidad hayan merecido el galardón más autorizado, el de los señores académicos que saben de fijar y dar esplendor. Y las coplas y canciones semimuertas en la obra de Hernando del Castillo han vuelto a colarse en el aire para revivir, para ser cosa grande que se lee en un silencio que canta.

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