Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Cien muertos por año

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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¡MIRA QUE LA Dirección General de Tráfico, especialmente diseñada y mantenida precisamente para la ordenación del tráfico urbano y el tráfico por carretera nos lo venía anunciando: «El año pasado, advertía con siniestra entonación, cien personas en tránsito por las distintas carreteras, caminos y encrucijadas de España, perdieron la vida, que es lo más precisado que el ser humano puede perder». Y efectivamente, como si cumpliéramos un mandato sagrado, en esta Semana Santa, como en la anterior, otro centenar de víctimas pudieron ornas cualquiera de los caminos que hacia la muerte conducen. A la hora en que nos dispongamos a emitir este mensaje, ya cubrimos el cupo: más de cien víctimas fueron sacrificadas ante el ara de los destinados a acabar su carrera cubiertos con el velo de la muerte. ¿Hasta cuán o -repetimos- hemos de abandonarlos a la imprudencia, a la desmesura, a la velocidad criminal? La dicha y redicha Dirección General de Tráfico, llegado el momento de la muerte airada en carretera por la imprudencia de las gentes desaforadas, hace desfilar ante nosotros, las imágenes más dramáticas para movernos a la prudencia, a la serenidad, a la fórmula civilizada de entender las celebraciones o las evasiones. Es inútil, en la medida en que los autores de estas proclamas trágicas se proyectan en nuestras pantallas, se acrecienta el número de víctimas. Es como si el ser humano, en una demostración de insolencia ante la fatalidad, quisiera demostrar que el hombre es eterno y que nada, ni siquiera la soberbia del conductor de la tétrica carroza que hacia la muerte nos conduce. Se supone, con convicción ansiosa, más que por recurso técnico insuperable que los Estados, los Municipios, las autonomías, en su vocación por proteger la vida de los conciudadanos, estarán utilizando los medios más eficaces para acabar con esta demostración de estulticia que siembran las carreteras de España de cadáveres, pero con suponernos una acción de corregimiento del mal no se conjuga éste y se facilita la andadura vividora del vecino. Morir con la chapa del automóvil puesta no es un honor, ni siquiera un motivo de serena reflexión. Ni se erradica el mal con guardias civiles, con multas, por respirar, ni con el feroz aumento del precio de los carburantes. Ni cabe sospechar que quizá, concediendo a la carretera, al camino, la atención y los dineros que, por ejemplo, se prestan para la construcción de polideportivos de toda categoría y aún sin categoría alguna, podría enmendarse esta tendencia hacia el desastre, que son las salidas en enjambre de los ciudadanos hacia nunca se sabe dónde. Tal vez, quién sabe, digo yo, algo se conseguiría si controláramos la venta de vehículos de tracción bestial y declináramos honores de conflagraciones bélicas sustituyéndolas por anchos caminos, que ¡ay! no se hacen al andar. ¿Será que, como anotaba Luis Cernuda, «estamos cansados de estar vivos?». Este año como los anteriores, también han muerto sobre las carreteras los cien hombres de la desolación.

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