Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Rocío Jurado: la más grande

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VICTORIANO CRÉMER
León

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ERAN LAS CINCO en punto de la madrugada. Soplaba una brisa enconada que hacía presagiar día entoldado, y en un retiro de dolor, una mujer, por muchas razones excepcional, una tonadillera de tronío, Rocío Jurado, decidía dejarse ganar la partida, que jugaba con coraje y con esperanza. Se había encomendado a la v irgen, a su Virgen de Chipiona y la gente del Rocío que iba camino de Ayamonte para sacar en volandas a la Blanca Paloma cerraba el cántico glorioso con un sollozo un una cierta forma de danza, que tenía algo de sacramental. Cuando en España muere una cantante y lo mismo sucede si el sacrificado es un toreador de raza, la vida se detiene y se produce un gran silencio de muerte. El silencio debiera ser la manera más noble, más honda, más seria de acompañar en la gran angustia de la muerte a las figuras realmente representativas. Sin embargo, en España, que es tierra muy sentimental y «jonda», en lugar de caballar, de sellar la palabra y encallar la voz en la laguna de sangre que se produce con cada muerte, canta, vocifera, grita y gime. Y se escuchan los sollozos en el mundo entero, como un retumbo de dolor colectivo. A Rocío Jurado, yacente, la siguen acompañando músicas y rezos en voz alta, desgarradoramente, porque en pueblos como el español o el mexicano o el egipcio, tan apegados a los muertos propios, el silencio pretende ser demostración de indiferencia. En España el que se muere sin disponer de una coreografía musical lo suficientemente expresiva y contagiosa para extender sus efectos por el mundo, es un muerto a medias, cuando no resulta un muerto sin ningún derecho a morir con todos los sacramentos. Los duelos en España, con pan y sin pan, nunca son menos, porque en todo momento se mide el grado de importancia del difunto y la exigencia del lamento popular, por el estruendo del dolor general y por el tono del cántico funeral. Rocío Jurado era una de esas figuras emblemáticas que por su singular capacidad de atracción consiguen insertarse en el corazón del pueblo llano y consiguen arrancarle los gemidos más estremecedores. Ha muerto con dolor. Ni la técnica de la América que todo lo puede, ni las vírgenes amparadoras de la Andalucía rezadora y teatral, pudieron contener el avance homicida del cáncer. Y Rocío Jurado, la tocada por la mano trágica de la muerte, resistió hasta que el corazón se cansó de mantener tanto dolor inútil en un cuerpo dotado de todas las gracias. Por estas tierras nuestras de campos largos y flores espinadas no se suele quebrantar la costumbre sacra del silencio, porque Castilla y León no cantan ante la muerte, sino que rezan con esperanza. También en este repliegue casi anónimo de la geografía sentimental de España las gentes rezan, lloran y ponen claveles rojos al pie de la estampa de Rocío Jurado, «La más grande». Como dejó escrito Ortega, «Rocío se cerró hacia adentro. Descanse al fin en paz». 1397124194

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