Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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LE CONOCÍ EN una noche de poetas y narradores; y de muchachos muy jóvenes que querían escribir y que luego escribieron poco. Le conocí en una larga madrugada de palabras y risas en Ponferrada, hace unos ocho años. Luego la noche quedó ahí, en la memoria. Con la presencia de Juan Carlos Mestre, cantor y compañero. Pasaron unos años y volví a verlo en Villafranca, en la fiesta de la poesía de 2005, invitado por el alcalde Vicente Cela y por la concejala Conchi López, dos personas cordiales que aman la cultura. Allí estaba él, Tomás Néstor, en la Alameda, y a partir de ese día nos hemos visto unas cuantas veces. Siempre alrededor de los libros. Del amor por la palabra escrita. Tomás Néstor tiene apellidos, naturalmente, pero no hacen falta porque su nombre compuesto es inconfundible. Tomás Néstor es un mozo alto y fuerte, de voz cavernosa y lenta que nació en Veguellina de Órbigo. Años después, siendo niño, estudió interno en La Bañeza, y allí coincidí con él, aunque no me acuerdo: éramos chavales, íbamos a cursos distintos. Luego él se hizo maestro. Y como es hombre inquieto y ávido de conocer el mundo, se fue a dar clase a Suiza. Desde allí viajó por toda Europa, luego se fue animando y cogió el gran vicio sano de recorrer cada año un lugar remoto y sorprendente. Tomás Néstor ha estado en todas partes. Sin embargo, yo siempre lo imagino en Samarkanda, donde también estuvo, claro, perdiéndose en algún mercado de kazakos. Y comprando una de esas camisas de seda que bien conocen sus alumnos. Un buen día Tomás Néstor dejó Suiza, volvió a España y se instaló en Matachana, junto a Bembibre. Daba clase, se fue haciendo un poco berciano. Porque Tomás Néstor es de los leoneses de la zona llana que tienen curiosidad por ese León diferente que alienta en el Bierzo. Pero que es León, naturalmente. Y allí echó raíces aunque esas raíces van y vienen cada día desde Veguellina -donde vive- hasta Bembibre, en cuyo instituto Álvaro Yáñez da clase de lengua y literatura, las ciencias principales del hombre. Porque tratan de su mayor invento, de su revelación más antigua y capital: del lenguaje. Del idioma castellano en este caso. De los juegos y luces de esa lengua que alcanzan el don de lo literario. Tomás Néstor ama la literatura y pelea por ella todo lo que puede, que es mucho. Organiza encuentros con escritores, dinamiza la vida cultural de Bembibre, convence a los políticos, escucha, imagina y es feliz. Y lo parece. Tomás Néstor vive para la literatura, para su trabajo, para los demás, y para la gran paz sonora que le aguarda, cada noche, en su casa de Veguellina, en el centro de esta provincia bella, vasta y melancólica. Y alegre también, por supuesto. Y tan literaria como la que más. Hace unas semanas coincidimos en Benavente, donde antaño también dio clase Tomás Néstor. Fue en otra fiesta de la palabra en la que él colabora. Y también en el seno de las actividades de la Asociación contra el Cáncer, que tiene en Tomás Néstor a un generoso y activo promotor. Dos días de versos y amistades compartidas, de vino y sol, del gran mar verde de los chopos que se divisan desde las habitaciones del parador. O desde el paseo de la Mota, donde Benavente ofrece al viajero flores y un armonioso mirador. Allí hablamos, allí él recitó versos, y allí volvimos a gozar de las risas y de las palabras con Juan Carlos Mestre, con otros amigos. Tomás Néstor es un estilo de vivir. Volcado en los demás y en los libros. Una vida cosmopolita y a la vez ahormada al Órbigo y al Boeza. Una vida de bien que honra a la ciudadanía. Un ejemplo de estar en el mundo y en las letras. Y en la admirable pasión por el prójimo.

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