Diario de León

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A SÓCRATES Ramírez, maestro jubileta del litoral colombiano que estuvo por aquí hace unos días visitando a su hijo emigrante, a su nuera y a su nieto, conseguí explicarle (y a medias lo entendió) el por qué ya existen en España hoteles superflais que ofrecen baños de vino como si fuera hidroterapia santa de morapio, barrigada con gorgorito de yacusi en cosecha del ochenta, qué lujazo, cuánto snob en la cresta de la modernez del turismo ecoculturalrústicogastronómicoyhomeopático. Sócrates es hijo de españoles y le cité en un café, pero le compañé al Registro a no sé qué de su hijo y allí fue donde hablamos sobre este asunto ante la mirada soslayada y la oreja atónita de un emigrante de traza africana mora con gesto de arena en la sed de su cara; sahariano me pareció... y, con lengua de trapo, se atrevió a preguntarnos si era verdad aquello que decíamos de hoteles con baños de vino. Naturalmente, le dije que era una broma, una metáfora (qué es eso), bueno, un ejemplo; porque si hubiera tenido que explicarle a él, que viene de un pueblo sin grifos, que aquí nos las gastamos imperialmente y nos gusta imitar el lujo patricio de un romano degenerado, no hubiera tenido yo ni palabras ni vergüenza para hacerlo. ¿Qué pensará este africano cuando vea en la tele que existen en la Rioja hoteles que ya ofrecen la martingala de baños de vino?, porque la pijotería que nos gastamos hace repetirse esta noticia en todo suplemento, tele o círculo de supermaris... ¿qué pensará?... Se nos salían los ojos de las órbitas cuando de pequeños leíamos los excesos y lujos del bajo imperio romano, el gran pecado, aquellas cenorras con lenguas de flamencos en las que se obligaban a vomitarlo todo para seguir engullendo confite y convite envuelto en pétalos de orquídea y polvo de oro, aquellos lúculos exquisitos que sólo aceptaban vinos de Siria o aceites de Cartago, aquellos efebos y despilfarros insultantes mientras el pueblo comía mondas y raspas; o aquella provocadora y neroniana costumbre de una Popea bañándose a diario en una pileta llena de leche de burra para que toda su piel fuera culito de rorró. Sócrates entendió que por ahí va nuestra pijez de nuevo rico, pero el morito aún no cerró sus ojos de plato. Recuerda, pues, que del escándalo perplejo a la furia islámica sólo hay el pelo de un loco.

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