Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

¡Se va el caimán!

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VICTORIANO CRÉMER
León

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ESTÁ CLARO. EL refranero rara vez se equivoca, y así como asegura, porque el refranero español es el compendio más logrado del saber, que Por la boca muere el pez, así cabe afirmar que No hay mal que cien años dure. Las elecciones celebradas en las américas de Bush, el elector blanco y negro se ha manifestado negándole el derecho a gobernar nada menos que a un Tirano Banderas que, al parecer, se había creído que el poder era suyo con carácter vitalicio y todo ser humano que se moviera sobre la tierra tenía la obligación de obedecerle, de seguirle, de halagarle y de adorarle como un ídolo asiático. George Bush estaba, está, resultando sin duda el dominador político más severo, más cruel, más ignorante y bárbaro del Universo. Cuando en el último juego de tahúr mediante el cual se adueñó del mando del país más potente del mundo consiguió, mediante un juego de taumaturgia electoral, hacerse con el poder; ni los más acendrados demócratas derrotados podían pensar que con aquel estafermo elevado al solio estadounidense podría alcanzar el mundo los niveles de crueldad y de manipulación de la fuerza como el tal señor Bush lo venía, lo viene, haciendo. Y como medida previa declaró la guerra a todo aquel que no pensara como él (en el supuesto de que tenga capacidad para pensar antes de disparar) y abrió cárceles para los extraños y levantó muros para los hambreados y manipuló jueces para la muerte de sus enemigos. Aquí con este señor de los fusiles sí que se podría aplicar el apólogo del general Narváez, que recoge la anécdota de que cuando fue instado por su confesor para que perdonara a sus enemigos, replicó: «No puedo, padre, les he matado a todos». La tortuosa democracia americana ha dado con este bárbaro moderno en el suelo, como aquella estatua de Sadam derribada cuando Bush entró a saco y a sangre en Irak. Y en su política de ocupación convirtió sus aliados en cómplices del crimen, en compañeros de viaje a los infiernos. Este personaje, elevado a la suprema magistratura del país mejor armado el mundo, adquirió el privilegio de convertir en furia, en tortura y en estrangulamiento cultural a todo aquello que se le permitió tocar... Y puso cerco a los mexicanos, sus espaldas mojadas, y levantó prisiones en la Cuba que intentó matar de hambre y arrastró a su ruindad a todo aquel que cayó en sus trampas, en sus mentiras y en su egoísmo indomable. El mundo, así que conoció la noticia de la derrota parcial del fusilero coronado, corrió a encender velones ante los santos de sus devociones, porque les había librado del áspero demonio del dólar. Y todavía confidencialmente, porque con esta clase de gentes nunca está uno seguro de nadie ni de nada, se pregunta: ¿Y ahora qué? Volverán las doradas golondrinas sus antiguos nidos a colgar o la corrupción desatada por tantos años de dominio cruel ha podido embotar el espíritu regeneracionista de aquel que sea llamado a sucederle? ¿Cómo podrá vivir este inventor de sagacidades y de torturas ahora, ya sin mando, sin poder, sin sicarios a su servicio, sin muertes en la calle? Un tirano muerto o derrotado es siempre una tremenda incógnita.

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