Diario de León
Publicado por
RAMÓN PERNAS
León

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QUERÍAMOS tanto a Castro que emulando a Cortazar cuando escribía a Glenda, nos hace quedarnos cortos en la pasión que desde la izquierda le profesábamos al comandante y a su revolución. Disculpamos errores y caprichos, sanciones y purgas y hoy en un balance de urgencia constatamos que nuestra complicidad fue cuando menos equivoca. Castro ha inventado la fraternocracia sucediéndose a si mismo en la persona de su hermano Raúl. Y aquí llega la pregunta: ¿dónde está Fidel?, ¿cómo está Fidel?. Viajeros recién llegados de la Habana cuentan que el hermetismo y la discreción de cuadros del partido, pasó de la consigna: «el comandante se está reponiendo y engorda media libra a la semana», a cierto desanimo pesimista después de no compadecer en el desfile militar que cerraba los fastos de su cumpleaños, y ser declarado -su salud y el mismo- secreto de estado. Desde Miami cuelgan fotos en internet con Fidel de cuerpo presente. Fidel nuestro que estás en los cielos, en el cielo laico del Ché y de Camilo Cienfuegos, en el cielo cantado de Carlos Puebla, en el cielo pintado de rojos del atardecer en el Malecón habanero, en el cielo afrancesado de un poema de Martí. Ya no eres nuestro héroe, comandante, y tu, nuestra revolución se quedo languideciendo en un discurso del que ya conocíamos la música y la letra. Escribí en este mismo diario, y desde Cuba, que la imagen de un perro callejero que deambulaba por la calle Obispo en el corazón de la Habana vieja, un perro de mirada pícara e inteligente pero con el cuerpo golpeado por la sarna, era la metáfora de la isla y su revolución, y no exageraba. Hoy el botín del níquel en manos de los chinos y la exportación medico y deportiva a Venezuela ayudan a capear el temporal de una economía desquiciada. Cuba sin Fidel, sin el paraguas del Estado, sin economía de mercado ni siquiera mixta tendrá por fuerza que reeducar a su ciudadanía. Desde que «llegó el comandante y mandó a parar», se paralizó toda la isla y ya va para cincuenta años. Queríamos tanto a Castro que aprendimos a mirar para otro lado, para el lado en el que no se ven los campos de la libertad, y todos fuimos culpables. Desde la disidencia mas lúcida convirtieron el viejo eslogan de «patria o muerte, venceremos» en la nueva versión que dice: «patria o muerte, redundancia».

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