Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Si yo le cojo, le mato

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

Creado:

Actualizado:

PONGO EN MARCHA la televisión y me dejo ganar por su atractivo de chicas magníficas en estado natural y por alguna de esas noticias que a fuerza de repetirse parecen motivos normales, dada la naturaleza del carpetovetónico y sus excesos. Se suceden los crímenes, los asaltos, las emboscadas y los atracos. Rumanos en estado puro se hacen con la situación y cubiertos los rostros con pasamontañas o pañuelos negros de duelo riguroso, toman al asalto una vivienda y consiguen desvalijarla hasta dejarla limpia de impurezas y de dineros. Es el signo de nuestro tiempo. Nunca, ni en los novelescos tiempos de los románticos bandidos de la sierra, se produjeron en España tantísimos asaltos ni cuantísimos crímenes a mano alzada. Para contener tan ferocísimas demostraciones de impunidad criminal, se inventó la Guardia Civil. Y los caminos se hicieron transitables, a medida que la invención tomaba el territorio y conseguía dominar a los esforzados grupos de Sierra Morena. Luego se produjo un cierto estado de paz, de prudencia y de respeto al prójimo y hasta que no se alcanzó el estado democrático que en la actualidad disfrutamos España fue tierra de Luis Candelas, de José María el Tempranillo o de los Siete Niños de Écija. Hasta que de nuevo hubo que echar mano de la Guardia Civil, de la Guardia Nacional, de la Guardia Municipal y de la Guardia Rural para contener la avalancha temeraria de los rumanos, los senegaleses, ecuatorianos, colombianos y demás gentes de no buen vivir, llegadas a las costas peninsulares en cayucos, pateras y canoas, para enmendar sus biografías, harto alteradas y de necesario apoyo para garantizar una supervivencia que en sus países originales se les negaba. Al cabo de algunas aventuras, millones de salteadores, se impusieron y se formaron bandas de latinos-king para el dominio de la patria conquistada. Y los crímenes pasionales fueron casi borrados del mapa, salvo cuando se produce el caso de ese recién salido de prisión, que al ver a una de sus novias en apasionado diálogo con un extraño sintió que la sangre ibero-americana se le sublevaba y sacando del bolsillo del pantalón una pistola automática, le soltó al intruso que se apoderaba de su amada tan insolentemente una partida de tiros que acabaron con él en el Hospital, mientras que el agresor enamorado de su novia como es natural, era conducido a Mansilla de las Mulas, donde se levanta una hermosa cárcel modelo para enamorados excitados. Y se produjo en la ciudad el contradictorio censo de quienes aplaudían o disculpaban al agresor de la pistola, por aquello de que los votos del amor son invulnerables y para toda la vida y la de quienes aseguran que las únicas leyes que rigen en todos los casos es la ley del respeto mutuo, y que lo de que «O mía o de nadie» ya no rige. Incluso cuando se alega lo de la copla, rociera: «Si yo le cojo, le mato/ al ladrón que esta mañana/ ha robao de mi ventana/ unos calzoncillos blancos/ y la braga de mi hermana». ¡Viva el Cid Campeador!

tracking