Diario de León

EL AULLIDO

La chistera de José Luis Coll

Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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HAY QUE SER VERDADERAMENTE un genio para especializarse con éxito en el humor del absurdo, para hacer reír sin hacer el ridículo, para regalar antídotos contra el llanto que a veces son más valiosos que las hogazas de pan. Y es que ver hoy, con una lágrima fúnebre en la comisura de los ojos, los números en blanco y negro que Tip y Coll hacían para Televisión Española, sí, produce aún carcajadas de pianola o de carraca vieja, y por eso se nos antojan de nuevo como otra forma de entender las dos Españas de las que hablaba Machado. Ambas están representadas en el refinado surrealismo de esos dos tipos singulares y dispares que se rieron de todo con una elegancia adelantada a su tiempo, con verdadera gracia, con talento. Oh, su arte sigue la línea de ese humor inteligente español -el cual ha caído en desgracia, visto lo visto- que viene de la picaresca y pasa orgulloso como un príncipe obrero por Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Gila y las Revistas Hermano Lobo y La Codorniz. José Luis Coll en concreto, ya injustamente muerto, nos enseñó la grandeza de la comedia porque su humor no resultaba un fin en si mismo sino un medio; no otra expresión de la frivolidad circundante sino un modo alternativo de lucidez. Nos hacía reír y nos abría ventanas, encendía luces, prestaba alas, pintaba bigotes en los retratos de los dictadores e incluso en el rostro vengativo de la muerte, que, como se ve, no entiende los chistes ni respeta siquiera a quienes los inventan... La muerte, cada vez está más claro, nos cose la sonrisa a hostias. Ahora acabo de ver de forma póstuma a José Luis Coll en televisión con chistera como un Groucho Marx ibérico y de pata negra, como un Chaplin reencarnado -un Chaplin de cine sonoro- transfundiendo a su modo a un país desencantado altas dosis de vitalidad. Así corroboraba ese pequeño gran hombre que, tal y como dice en su famoso diccionario, «el humor es una disyuntiva entre la risa y el llanto». Sí, existe alguna gente que no debería morir nunca bajo ningún concepto. O al contrario. Acaso después de todo, como en las buenas novelas, el final es otro principio que nos demuestra tristemente que los artistas excepcionales no fallecen jamás. Actualmente aquí triunfan Santiago Segura y similares bufones casposos que pretenden hacer reír de cualquier modo porque eso siempre resulta bien en taquilla, claro, pero ahí están ya para siempre también los otros, los José Luis Coll de este mundo, locos agudos de mirada irónico-sarcástica a los que la vida les hace gracia y por eso fabrican gags con su cara de chiste, que es el espejo del alma. Nuestro siglo veinte tiene sus mitos televisivos y entre ellos está esa pareja asimétrica: Tip y Coll. Ahora se ha muerto el último de ellos así, sin aspavientos, acaso sólo para que le recordemos: José Luis Coll, su chistera, su atuendo de conductor de pompas fúnebres, la voz abroncada y esa mirada de malicia que le iluminaba el rostro. Todo lo que hicieron por nuestro bien Tip y Coll reluce ahora en la filmoteca de nuestra memoria como una herradura de plata. Pasarán los años, vendrán otros cómicos con sus varitas mágicas y fabricarán otras sonrisas, sí, pero el espacio que ocupan esos dos tipos singulares seguirá lleno de cierta luz alegre, pues ni siquiera el tiempo puede desgastar el humor eterno, electrizante; el humor universal. José Luis Coll equilibrado y poliédrico, creativo y contagioso, fue un médico del alma que haciéndonos reír nos demostró que sabía de la vida, y esa sabiduría resulta patrimonio tan sólo de los grandes¿ Por suerte hay algunos seres humanos que tienen respuestas. Ahora acaba de morir y nos hemos enterado porque él no lo pudo disimular, pero casi no acertamos a hablar de él en pasado pues, con perdón, pensamos en su funeral y hasta nos da la risa... El epitafio de Groucho habría de ser el suyo: «Perdonen que no me levante a saludar».

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