Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Un pintor insaciable

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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NO ES ESTA LA VEZ PRIMERA que este pintor castellano de pura entraña, se asoma a León, no solamente para obtener datos sobre su forma, su color y su sabor a tierra quemada, sino para recoger su lenta y suave caricia, descubriendo como de paso, su música interior. Me refiero a Ignacio del Río, bohemio de corazón y misionero de sensibilidades. Cuando este creador insaciable decide ponerse ante el lienzo, no es para estampar sus figuraciones, recogidas sobre la marcha, sino para descubrir en el fondo del blanco espacio propuesto a su mirada, el misterio de la pintura, que es en definitiva el que aporta y soporta el propio pintor. Cuando el creador se decide a aceptar el reto del cuadro, ya lleva dentro de sí la materia infusa de la obra que se dispone a acometer. Cuando el pintor ante el marco acepta la reyerta que le plantea el vacío interior propio el cuadro se convierte en un confuso maremágnum, del cual no suele producirse sino una turbación estelar o un dramático vacío. Ignacio del Río, pintor con signo internacional, acude a la llamada de la tela cargado de sugestiones y de ideas concretas y su función consiste singularmente en transformar sus propios datos en categoría. Desde su interiorismo aporta el color, que sale hecho ya, convertido en organismo vivo con luz, como los asteroides. Y si se deja ganar por el misterio del dibujo, la línea se convierte en caligrafía humanística, exponiendo para el contemplador no el soporte para el color y la forma, sino el esqueleto completo del cuerpo artístico. Ignacio del Río (Sala Lucio Muñoz de la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León) no es artista de improvisación ni de esperpentismo alucinado, es un pintor de los que conciben la obra desde los propios adentros, inventándose coloraciones, texturas, formas y finalmente efectos. Porque la pintura, aun la más simple, tiene la misión de producir efectos, desde el lienzo. Efectos que vienen a ser o que deben tener que ser como la traducción del texto original. Ignacio del Río, un pintor trashumante universal no inventa, ya cuenta con los distintos perfiles de la obra desde antes de comprometerse con la materia productora. Sin embargo no es pintor de efectismos sino de categorías y los hombres, los seres humanos que aparecen en su pantalla existen, son auténticos no ficciones coloreadas; y el color no se le da por la magia de la paleta tentadora, sino en razón de unos sentimientos que acaban disolviéndose en la mirada del contemplador, dando cuerpo y alma a la expresión total. No es fácil dar con un pintor andante de tanto peso y fundamento como Ignacio del Río. Cuando se me dio por vez primera fue tal el asombro que me pareció manipulación de mago lo que ofrecía. No tan solo merece la pena acudir a su cita, sino que conviene analizar lo que la pintura de Ignacio del Río deja a su paso. Ni busca ni encuentra; la pintura de Ignacio del Río se da por añadidura.

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