Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Lo que vale la pena

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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«Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén». En dos ocasiones hemos encontrado esta referencia a ir «de camino». Durante los domingos de este verano que acabamos de comenzar, y hasta bien entrado el otoño, los evangelios de Lucas nos hablarán de este largo camino de Jesús hacia Jerusalén, hacia el lugar de su Pascua. Y es que san Lucas quiere ejemplificar, mediante esta extensa narración del largo camino de Jesús hacia Jerusalén, lo que debe ser nuestra vida cristiana. Jesús parece mostrarse muy radical, muy exigente -casi diríamos, intolerante- con tres hombres que quieren seguirle. Y ello nos plantea a todos una cuestión: ¿es preciso ser un héroe, un santo, para seguir a Jesucristo? Jesucristo es exigente y no pacta con la mediocridad, pero no pide como condición previa la heroicidad. Jesucristo no exige que Pedro o Juan o Santiago o María Magdalena o cualquiera de quienes le siguen, se transformen en un momento en héroes o en seres perfectos. Comprende su cobardía, sus defectos, sus pecados, Pero lo que sí exige es que no pongan condiciones para seguirle, que no se reserven nada. Es decir, que confíen ilimitadamente en Él, que estén dispuestos a dejarse transformar, que quieran seguirle más y más. Éste es seguramente nuestro problema: hay zonas de nuestra vida que nos reservamos para nosotros, en las que creemos que debemos comportarnos según nuestro criterios y no según los de Jesús. Son estas zonas de nuestra vida que nos reservamos y que a menudo son muy importantes para nosotros: nuestro modo de comportarnos cuando se trata de ganar dinero, o de querer dominar y servirnos de los demás, nuestra relación cotidiana hecha de dureza o de mal humor con los de casa, con los compañeros de trabajo, etc. En estas estaciones también tiene que entrar el Evangelio. Para no pocos, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo. No han entendido que el seguimiento de Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó. Por eso, el cristiano no sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia, empezando por él mismo como lo hizo Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús y tomando sus mismas opciones. Es lo que vale la pena. Ciertamente es arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin apoyo alguno donde reclinar su cabeza. Pero es lo único que puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese «seguir a Jesús» su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.

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