Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Hombre claro

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VICTORIANO CRÉMER
León

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HOMBRE CLARO, SI León tuviera mar a la puerta, sería Benidorm. Lo que sucede es que, salvo el cachirrío Bernesga, del cual guardo sus peores recuerdos de exiliado del interior, aquel dinamitero padre don Quevedo, pues exceptuando algún intento para crear alguna forma de playa artificial en La Candamia, siendo alcalde benemérito aquel José Llamazares a quien los bautizantes dieron por llamar «el abominable hombre de las nueve», salvo esa curiosa excepción, León es tierra de secano y si quiere ver el mar y meter el cuerpo en el agua salada de los peces, tiene que desplazarse a Gijón, que es la playa y la mar de los leoneses. El no tener ni mar ni playa, ni arena, ni chiringuitos, nos evita tener de vez en cuando que soportar inundaciones de la porquería que dejan los barcos y que convierten los lugares propicios para el baño en un lodazal, en un vertedero de mierdas diversas y en un riesgo de que el niño se ahogue en la mar salada. Lo de bañarse frecuentemente es o debió ser hasta donde me llegan los recuerdos, cosa de romanos. Los patricios se levaban, se duchaban y se ejercitaban en el laborioso ejercicio de bucear, no porque les importara demasiado aparecer como ejemplo de pulcritud, sino porque habían hecho de las piscinas interiores, algo así como las tabernas para los mozos de cuadriga y se juntaban en los lugares de baño para hablar de lo cara que estaba ya la vida, lo difícil que entonces era encontrar piso y lograr un empleo sin tener que encender velas a Zeus. Todavía se conversa el recuerdo de nuestros centros sociales romanos si atendemos a los sanos efectos que el uso del baño proporcionaba a los maragatos de la maragatos de la maragatería. Y en la capital, se edificaron catedrales sobre piscinas en desuso. Y la ventaja actual de no disponer de mar ni de piscinas, ni de nada que nos imponga el sacrificio de lavarnos el trasero es que tampoco tenemos que sufrir las inundaciones periódicas de buques con bandera británica que se acercan a nuestras costas para lavar sus muchas culpas; ni los niños pobres que no tienen para bañarse en el mar, se ahogan y hasta si se nos apura, no tienen necesidad de disculpar que carecen de mar para no ir al colegio a estudiar y recibir el premio de unas vacaciones con sombrilla o con tumbona. Los romanos se prestaban a mantener este ejercicio para conservarse fuertes para hacer guerras de conquista y para invadir tierras hasta que Napoleón, por ejemplo, pudiera declarar enfáticamente contemplando las Pirámides: «Cuarenta siglos nos contemplan». A nosotros, los leoneses de los adentros nos basta con poder destacar al cabo del curso la presencia de un hombre de excepción, de un Catedrático de lujo, don Salvador Gutiérrez Ordóñez, catedrático de Lingüística General en la Universidad de León, y figura eminente al que se le ha impuesto el birrete de miembros de la Real Academia de la Lengua Española. Entre una piscina y un académico nos quedamos con lo segundo.

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