Diario de León
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CARLOS G. REIGOSA
León

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LA DESGRACIA de los incendios forestales es veleidosa y parece que va por comunidades, rigiéndose por un caprichoso azar. El año pasado ardió Galicia, dejando un recuerdo pavoroso. Las imágenes son aún inolvidables. El humo avanzaba desde el Pedroso santiagués hacia la catedral compostelana o retenía a los vigueses (y no vigueses) en plena autovía del Atlántico. Un adversidad difícilmente reversible. Este año las llamas, en forma de tragedia ecológica, han devorado un tercio de los bosques de Gran Canaria y Tenerife, con más de 35.000 hectáreas de masa forestal devastada y 14.000 personas desplazadas de sus hogares. Es la plaga de nuestros veranos. En años pasados le tocó a Castilla-La Mancha, Portugal y Cataluña. Ahora ardieron las islas, y un joven de 30 años, contratado por tres meses para la campaña contra los incendios forestales, se ha confesado autor de la mayor catástrofe natural que ha castigado a Gran Canaria. Al parecer, fue su forma de protestar contra la escasa duración de su contrato. Una locura. Similar -no se olvide- a otras acontecidas el pasado año en Galicia. Todavía hoy nos preguntamos qué ha sido de los autores de esas decenas de incendios intencionados en montes próximos a núcleos de población con el propósito de causar el mayor daño posible. Supongo que estarán en manos de la justicia Quiero pensar que no están en condiciones de repetir sus nefastas hazañas. En Canarias se ha demostrado que, aun haciéndolo casi todo bien, es muy difícil atajar un incendio de grandes proporciones. Es algo que debemos incorporar a nuestra experiencia. La prevención es fundamental, pero también lo es la actuación rápida, una vez que las primeras llamas se han detectadas. La seguridad total no es posible, pero sí lo es progresar en estas dos vías de vigilancia continuada e intervención rápida. Canarias acaba de sufrir un daño ecológico enorme. Pero las actuaciones contra los incendios y las ayudas económicas a los afectados se han producido con rapidez. No se le ha podido ganar el pulso al fuego (favorecido por fuertes vientos, altas temperaturas y escasa humedad), pero cabe enorgullecerse de todo lo salvado. Que ha sido mucho. Tomemos nota.

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