Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿La guerra o la paz?

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LOS AUGURIOS DE ESTE OTOÑO, recién salido de la escena estival, no son buenos. Los pueblos se inundan, desbordados y frenéticos, las señales que los gansos del Capitolio nos dejan no son esperanzadoras y las hambres obligan a las poblaciones a abandonar sus tierras de nacencia para buscar un puesto a la lumbre. En el mundo se abren las compuertas de la guerra y ya resulta insólito el espacio universal en el cual no se está librando una guerra total. Se dice, para disipar presagios, que las guerras que se extienden en el mundo actual por ser una pelea de mercaderes, no acaba por convertirse en cruzada por la conquista de valores eternos. El petróleo, el poder, el dominio son los signos fundamentales de la hora en la que el mundo intenta mantenerse dignamente en pie. Sin conseguirlo, claro es. A España, que es llamada a las armas desde Indibil y Mandonio cuando menos, afortunadamente ya no estamos en guerra declarada y limpia. Acabada aquella fraticida lucha, por nada noble que fue la incivil demanda de los unos contra todos los demás, el país renovado buscó un punto de sosiego desde el cual poder organizar sus ruinas y establecer las líneas de convivencia pacífica que nos habíamos merecido, por nuestros muertos. Pero daba la ingrata casualidad que este ansia de paz que los españoles alimentábamos no se conjugaban con la ambición, con la ruindad, con la soberbia de pueblos dispuestos a reducir a quien intentara impedir su hegemonía. Y así comenzó El Tiempo de la Guerra . Las ratas grises de todos los rincones del mundo salieron de sus cuevas y se esparcieron por todo el planeta. Surgieron pueblos resueltos a morir matando y gobernantes capaces de enterrar en su propia sangre el mundo sangriento de los demás. Entre estos grupos de extraña especie que surgieron como de las entrañas de la tierra oscura, se caracterizaron, por su entraña belicosa o por sus impulsos religiosos convertidos en leyes marciales, los componentes de un estado antiguo y de antigua historiografía: Afganistán, un país de Asia Central, que ocupa el ángulo NE de la meseta de Irán. Un proceso de misteriosas fuerzas aliadas para la destrucción, según se denuncia, decidió reconquistar el territorio, con la ayuda de los estudiantes seminaristas, diríamos, lanzados como las hordas de Gengis Kan a la conquista del mundo. Y en esta guerra, acabaron por arrastrar a pueblos que vivían ajenos a los problemas de los talibanes, pero que, colaboradores por la paz de las Naciones Unidas, se sintieron obligados a prestar apoyo y sus soldados a la causa de no se sabe aún qué fundamento social, cultural o religioso. España se obligó a prestar su ayuda militar y solidaria a este conglomerado de pueblos en guerra. Y en misión de paz, envió a sus soldados. Y sobre la tierra bravía/ que un sol indio tornasola/ hasta el África que inmola/ sus hijos en torpe guerra/ no hay un puñado de tierra/ sin una tumba española. Y es inútil que gritemos que estamos donde estamos en misión de paz, porque los soldados españoles están muriendo como en la guerra. Aquí lo de los cartujos: «Morir habemos./ Ya lo sabemos».

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