Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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SIEMPRE IMAGINO A Scortt Joplin como un pianista de feria que toca de noche en el granero para que la gente baile desorbitada. Siempre, al escuchar a Bessie Smith, pienso en que canta como la hija que, antes del funeral de su padre, se peina ante el espejo todo el pelo hacia atrás; hacia el pasado. Y es que, para hablar de la pureza pecaminosa de esta música, bueno es comenzar diciendo que el jazz tiene en el ragtime sincopado y juguetón, y en el descarnado blues su semilla y su destino, su Ítaca, su útero¿ El ragtime, esa viñeta sonora, es la música de un pueblo esclavizado que se divierte para olvidar; el blues, puro lamento armónico, ha de entenderse como el sonido conmovedor de quienes, en los campos de plantación de algodón, se liberaban a base de belleza efímera¿ Para mí el ragtime suena como ella cuando dice sí. Pero el blues rasgado, austero y atmosférico invita a la globalización de los sentidos porque se alza desde el sufrimiento para dialogar con la persona solitaria que hay en todos nosotros. De ese modo nos enseña que sí, que estamos solos porque hay cosas en la vida a las que uno ha de enfrentarse así, sin aliados, intentando rozar salvajemente la clarividencia y la belleza. Por eso el blues, ese llanto monorrítmico, está en la base del jazz para hacernos saber que la tristeza es un rito de paso y una mirada sobre el mundo. Pero el ragtime más bien tiene algo de astucia, de malicia, de todo parece mejor mientras bailamos enajenadamente, de todo vale para llegar a tu piel. Hay notas musicales inspiradas que aportan más significados que muchas palabras. Por ejemplo en el principio, en el ragtime y el blues, uno puede encontrar resumida toda una gama de emociones no académicas y comprender entonces por qué en la mitología el mundo es bipolar, bueno, malo, alegría, tristeza, ragtime, blues. El ragtime se asocia pues con esa alegría que sintoniza el cuerpo con el alma, con la electricidad vital, el juego, el fuego; se identifica con el intemporal y humano ansia de libertad. Pero el blues, por otro lado, se acerca peligrosamente a cierta rabia que convierte el grito en música mientras nos toca un nervio del alma. Un pueblo esclavizado y oprimido en Norteamérica se liberó gradualmente de sus cadenas mediante esta música y nos la regaló después para mostrarnos que existe otro modo de entender la victoria y la derrota, la superioridad y la inferioridad. Desde entonces dicho sonido no normativo nos sacude, nos obliga a enfrentarnos con el jaguar, y a descubrir que toda adversidad en el fondo quiere ser superada o asumida. No hace concesiones el jazz porque porta en sus entrañas los cantos de plantación o el blues, y la danza de las chicas licenciosas que se dejan besar a quemarropa o el ragtime. Pero sucede que nuestra sociedad actual mercantilista, con su balanza trucada de éxito, apenas deja sitio para lo minoritario y aún menos para lo genuino aunque precisamente por eso, combatiendo la desindividualización y la maquinación, aquí tenemos el ragtime de las salas de juego de Nueva Orleáns, y el blues del Delta del Mississipi para clasificar nuestras emociones y educar nuestros sentimientos. ¡Asómense alguna vez al estimulante mundo del jazz! Es una recomendación que les hago mientras recuerdo aquello que escribió una vez el poeta Philip Parking: «¿Mis lectores? A veces me pregunto si de verdad existen¿ Los imagino como seres humanos inadaptados caminando por los enrevesados senderos de la edad y la impotencia, y tratando de recuperar aquello que fue la vida en tiempos favorables¿ Para todos ellos he tratado de recordar la vieja emoción del jazz, y decirles dónde pueden encontrarla aún».

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