Diario de León

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ACLÁRATE, rapaz: en hablando de hablares -y por reducir esto a un nombre-, el leonés existe, claro, pero es mentira tal reducción a un solo término, pues son varias las hablas leonesas, varias, que es lo que indica el lingüista para definir la interesantísima riqueza residual del romance castellanote que quedó fosilizado en los pliegues de esta abrupta geografía llena de valles en fondo de saco junto a palabrarios propios y vecinos con los que se enriqueció y llamó a lo propio, a los ombligos del viejo vivir rústico. Pero estos hablares, tan diferenciados entre sí, no tienen corpus de lengua, por más que perrees o quieras petarlos en palo de chopo haciendo bandera pendonera; y si ni siquiera tiene gramática (el leonés ni la tuvo, ni la tendrá; y quien la invente, impostor), habla tú en propiedad y di modismos, localismos, particularismos, cosa que en ningún modo le quita valor, diferencia y originalidad al gran diccionario local de nombrar las cosas, el que se usó en la ruralidad leonesa, esa que está muerta en su mitad y petrificada en lo que resta, o sea, en ese museo de fósiles en que la metes por no conocer tú esa vida en vivo ni por el forro, museo en el que te gustaría tener un empleo vitalicio con cargo al presupuesto público, ¿a que sí?... Esto es lo que vienen a decir todos los menendezpidales que en el último siglo han venido «de fuera» a explorar un rato las voces de esta tierra: que en hablares y palabros aquí hay riqueza y de todo como en toda tierra fronteriza. León puso frontera a todo lo que le rodea, manía refractaria que el historiador no alcanza a explicarnos, aunque quizá lo lograría un psiquiatra. Así, en nada será santanderino un leonés, ni lucense, ni zamorano, ni palentino, ni vallisoletano, ni orensano... ni asturiano, aunque de todos y cada uno tenemos rastro claro en gustos, gestos y costumbres, en tirrias, palabras y casorios... León no superó un complejo mozárabe de sentirse sitiado por sus vecinos, gentes raras, culturas diferentes, envidiosos de nuestra vieja grandeza y riqueza. Así lo resentimos con todos los vecinos en general (aunque con asturianos, a medias; no nos caen mal porque gánannos en vozarrón, franqueza y rondas, cosa que nos admira, pero íntimamente disgusta). A todo esto, no aclaré el porqué llamarte fato de fatum . Ven mañana.

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