Diario de León

LA GAVETA

Bioy Casares en Marrubio

Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

Creado:

Actualizado:

DORALIA CAÑAL nació en Marrubio de Cabrera en 1928. Hizo allí vida de chica pobre y también vivió amores con mucha libertad: era lo habitual de la zona, y tan sano. Luego, en 1951 se fue a Buenos Aires, reclamada por unos tíos que eran caseros de los dueños de La Martona, una hacienda cerca de la capital, que era propiedad de la familia de Bioy Casares. Allí trabajó Doralia. Muchos años después, cuando ya no era de los Bioy, La Martona fue la residencia de la selección española de fútbol en los mundiales de 1978 en Argentina. Una hermana de Doralia, Albina, trabajó en nuestra casa, como asistenta, durante varios años. Luego se casó con un hombre sencillo, rural y sonriente. Vivían en Cuatro Vientos y Albina venía a vernos de vez en cuando. Un día me habló de su hermana Doralia. Me dijo que trabajaba como mucama de un escritor famoso de Argentina. Yo le pregunté el nombre y Albina me dijo que se llamaba don Adolfo. No sabía más. Yo pensé en si sería Bioy Casares; me parecía un sueño. Pero era la realidad: me enteré poco después. En 1981 Doralia volvió a España, quiso radicarse de nuevo en su pueblo de la Cabrera. Traía unos ahorros y con ellos rehabilitó la casa de los padres. Unos años más tarde yo supe que Bioy Casares iba a venir a Madrid, con motivo de la semana que le dedicó el Instituto de Cooperación Iberoamericana. Esto fue en el otoño de 1990 y acababa de hacerse público que había ganado el premio Cervantes. Llamé a mi madre, ésta a Albina, y Albina me llamó a mí: me dio el teléfono de Doralia. Luego ella llamó a Bioy al hotel, debió dejarse media paga en el telefonazo. Y convinieron ellos, bajo mi ofrecimiento, a que Bioy la visitara en Marrubio, algo prodigioso. Al narrador platense le hacía mucha ilusión volver a ver a Doralia, que era la que le preparaba la ropa cada mañana en el gran piso de los Bioy en la calle de Posadas. El día 7 de diciembre de 1990 a las ocho de la mañana recogí a Bioy en el hotel Wellington, y salimos para Marrubio. Yo había pasado por la otra ladera unos años antes y recordaba un paisaje duro y paupérrimo. Bioy Casares, ingenuamente, se imaginaba un lugar alpino, con esquiadores y bosques; y con grandes colinas llenas de chalets. El viaje fue muy grato, yo procuré no preguntarle mucho sobre su amigo Borges porque esa era su cruz. Sobre las once y media, ya en carreteras comarcales, paramos para tomar un café. Adolfo estaba muy sorprendido por la bella bravura de la zona y de sus gentes. Bioy Casares, patricio de Buenos Aires, hombre rico antaño, educadísimo y muy guapo caballero -aunque le temblaba un poco el brazo izquierdo, y se lo cogía constantemente-, hombre de mujeres y tenis en su juventud larguísima, esposo de la entonces ya anciana y excelente narradora Silvina Ocampo, conoció el ambiente de una taberna de Nogarejas. Y se sintió feliz allí, como entre gauchos. Doy fe. Doralia lloró mucho cuando vio a Bioy, que vestía de abrigo azul marino, pantalón de franela y bronceado del verano austral. El pueblo era un témpano en diciembre. Entramos en su casa, nos ofreció mucha carne de matanza, que no probamos apenas. Y leche y rosquillas. Pasamos un par de horas frente a la lumbre, después nos acercamos al río. Bioy Casares debió pensar que estaba en alguna aldea de Afganistán, eso me pareció traslucir en su perplejidad educada. Luego Doralia le regaló unos chorizos, que terminaron en mi casa de Valencia. Cuando se despidieron sabían que no se volverían a ver. Y Bioy se emocionó: recuerdo sus lágrimas al salir del pueblo. Luego paramos a cenar en Zamora y nos alojamos en el Gran Hotel de Salamanca. Donde no pudimos pegar ojo debido a la gran gresca de los estudiantes. Era un viernes del Señor.

tracking