Diario de León

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ANTES, la puerta del otoño daba a una despensa colmada de tarros, horcos, cuelgas, ristras, frascas, orzas, botes estañados, anaqueles vencidos, patatada en el suelo rinconero, guindillas ahorcadas... y frutas a esgaya, reinetas de lija, carujas, nueces, camuesas de olor que dicen gigosas, En estos días huye de la huerta todo lo que queda porque arrea el frío que comienza a ser heladita de madrugón. Se abaten las tomateras y huye toda hortaliza del surco, menos los repollos, que están hechos a vivir entre nieves sin morir congelados, como el cazurro recio (descendemos directamente de la hogaza y de la berza, nuestro código genético... y algunos duermen la siesta con las madreñas puestas, esgarrando mantas). Octubre llega siempre con nieve en la cumbre y levantando sayas ante la lumbre. Hay que encender. El relente se cuela por el pasillo hasta la alcoba. La leña cortada y aún algo verde hace un humero exagerado, así que los primeros penachos de las chimeneas firman con blanco prieto en el aire la fumata del cónclave familiar: «Habemos Mama», pues la madre del fuego es siempre una mujer que tempranea y lo enciende para confirmar que la vida sigue allí agazapada... y furiosa por seguir. Cuando el hombre se dejaba gobernar por las estaciones, el año proporcionaba las rutinas del sol y de la vida hechas calendario obligado, de precepto, rutinas penosas, divertidas algunas, y de cangilón latoso o anodino todo lo demás. Suele llover en estos pasos otoñales, aunque hoy mires al cielo gris panza de burra y no suelte el lagrimón que piden las setas. Aun así, el suelo se esponja en frío y entonces duda el hongo si asomar el morro; pero asomará porque también es su rutina. El otoño se tumba en estos montes leoneses. Todo se aquieta para ir muriendo con la dignidad de los últimos colores, un estertor de despedida jubilosa pero melancólica, una borrachera de amarillos, rojos y púrpuras que se convierten en un delirium que acabará amoratando la cara del paisaje antes de que la muerte fría lo ponga todo lívido, pajizo y pardo como una manta vieja hecha de retales. La puerta del otoño da a una despensa... que tiene un ventano con celosía por el que entrará el invierno a robar.

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