Diario de León
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Núñez
León

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ES LA MODA que se impone tras las últimas pesquisas de Garzón sobre los trajes impolutos y quién sabe si impagados del presidente de la Comunidad de Valencia, señor Camps, que dice sentirse impotente frente al juez huelebraguetas. Dice el magistrado que el elegante atavío del político fallero esconde debajo un trajín de corrupción por valor de treinta mil euros o más -”cinco millones de las devaluadas pesetinas-” a razón de un traje por un puente, o una autovía, una urbanización, un puerto franco o vaya usted a saber. Hay que ver lo baratas que salen ahora las obras públicas y en lo mucho que se valora la indumentaria, una paradoja increíble que nos sale a todos de ojo, menos al juez Garzón. Considerando que él mismo va de Coronel Tapioca a cacerías de medio pelo, por lo baratas que le salen, y luego como un pincel para cobrar un suel-

dín a la Audiencia, los supuestos ochocientos o mil euros de cada traje del imputeado tienen poca sisa.

Éste es un asunto cutre que, se corte por donde se corte y a falta de los últimos pespuntes, lo único que da de sí es la medida de la política de este país mientras se pudren en el paro tres millones y medio de españolitos de alpargata. De ellos mientras tanto no habla nadie, tapados por los trajes Milano de Camps. Berlanga, que también era de Valencia, diría que estamos rebobinando «Los santos inocentes» y disparándole a la milana bonita del pobre Paco Rabal. Acuérdese su señoría de cómo acaba la película.

Por lo demás la gente ya ni se inmuta ante las corruptelas de una clase política profesional, sin distinción de partidos, y sigue votando a piñón fijo. Los resultados de las últimas elecciones gallegas y vascas, por ejemplo, deberían ser tenidos en cuenta por la Audiencia Nacional como prueba irrefutable después de toda la porquería que se les echó encima. La primera aspiración de un político es cambiar la gorra de currante por la corbata, subirse al coche oficial y colocar en un puesto de confianza a cuantos más cuñados mejor. Es lo normal, todos conocemos a más de uno y no se le da la menor importancia, ni siquiera cuando el coche oficial hace más kilómetros a lo tonto que el baúl de la Piquer o ahora las maletas de Garzón.

Aunque ocasionalmente a algunos les pierde la manía de la ostentación y empiezan a presumir de coches jaguar y chalés horteras, sin que nadie se explique de dónde sacan para tanto como destacan. Sobre ésto cierto amigo y veterano ex político, cuyo nombre no viene al caso porque en su día también lo empapelaron a él, sostenía como tesis atenuante para su caso particular que a la política sólo se va a hacer dinero para «vivir de las rentas» o «de las rentas de las rentas, por si la inflación». Al principio pensé que se pasaba de listo, pero ya no estoy tan seguro porque, a mayores de no devolver ni un duro, acaban de aprobarle ahora un «ere» para su empresa aquí mismo en León.

Había en aquellos tiempos otras dos teorías sobre la remuneración d e los políticos, que han pasado a la historia. La primera era del viejo profesor Tierno Galván, alcalde socialista de Madrid y una «víbora con cataratas» para algunos de los suyos, según el cual sólo se debería cobrar en el cargo una peseta más que en el empleo anterior como ciudadano de a pie. Repasando un montón de nombres conocidos desde La Moncloa para abajo no he encontrado, sin embargo, a nadie que ganara exactamente eso: una peseta, porque antes de la política no tenían otro oficio ni beneficio.

Y, segunda teoría en cuanto a indumentarias, se echan también de menos las consignas de Alfonso Guerra cuando desde la vicepresidencia del Gobierno mandó un fax a los primeros gobernadores civiles del PSOE para recordarles el prªt-à-porter políticamente correcto. «Este verano», ponía más o menos, «nada de extravagancias y sus vais ustedes vosotros a la playa con la señora, los niños, el botijo y el pañuelo anudado a la cabeza».

Nada que ver, en fin, con los nuevos tiempos en los que manda el márketing y la imagen, los discursos no valen nada y cualquier ministro podría intercambiarse en la foto del periódico por un maniquí a pilas. Obsérvese, si no, los modelos que lucen tanto los de Mariano como los de Zapatero y descarte encontrarlos a la medida del bolsillo de un parado en las rebajas de El Corte Inglés. Sólo disimulan en los mítines electorales, cuando van invariablemente todos sin corbata. Menos la vicepresidenta Fernández de la Vega, que el otro día se cabreó porque un dibujante de chistes comparó su fondo de armario con el de Camps. «Doña María Teresa», replicó raudo su gabinete de prensa, «paga todos los vestidos con su sueldo».

Eso explicaría, a la vista de su aspecto, que con lo que le queda no le llegue para comer.

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