Diario de León

LITURGIA DOMINICAL | JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

La Ascensión del Señor

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JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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AUNQUE LAS encuestas dan un porcentaje muy alto de personas que dicen no creer en la vida eterna, y a pesar de que tampoco los creyentes sabemos muy bien lo que nos espera, unos y otros tenemos indicios suficientes para creer en el cielo. La cuestión, como siempre, radica en la diversidad de opiniones a partir de la diversidad de experiencias que brotan de vidas tan diversas. No todos pensamos lo mismo de lo mismo. Pero confesión de fe en el cielo son, al menos desde un punto de vista sociológico (¡también teológico!), todas esas expresiones al uso en las que reconocemos el cielo en las experiencias felices de la vida.

Desde la enamorada confesión «mi cielo», cantada como «cielito lindo», hasta la rotunda aseveración «esto es el cielo» o «esto es la gloria», pasando por las innumerables y cariñosas confidencias «eres un cielo» o «un sol», que viene a ser lo mismo. La Ascensión es el reconocimiento de que Jesús ha pasado de este mundo al Padre, lo cual implica no verlo con nuestros ojos. Esto es el resultado de la resurrección. Vemos, sin embargo, sus signos, su poder, su actuar. Pero lo vemos con los ojos de la fe, algo mucho más importante que el verlo físicamente. Los textos litúrgicos de esta fiesta orientan nuestra atención hacia esta dimensión del misterio que celebramos y nos descubren lo que significa para nosotros. Realmente la Ascensión de Cristo pone a nuestra vida la misma meta que tuvo la suya. Así la oración colecta del día da gracias al Padre « porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido El, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo ».

Una consecuencia de la fiesta de la Ascensión es que ahora empieza el tiempo de la Iglesia, el nuestro. Cristo marchó; ahora sus discípulos, nosotros, tenemos que hacerlo presente. El Señor quiere valerse de nosotros para repetir sus palabras y prolongar sus obras. Hemos de prestar nuestros labios, nuestros pies, nuestras manos y nuestro corazón a Jesús, para que él, en nosotros, siga bendiciendo, consolando, perdonando, compartiendo, sirviendo...

Jesús inició una tarea; nosotros tenemos que completarla. Se trata de extender el reino de Dios, el gran tema de Jesús; se trata de hacer posible el reino de la paz y del amor, o sea, la fraternidad universal. Por eso, no es cuestión de quedarse mirando al cielo, sino de inclinarse sobre las heridas y necesidades de la tierra. Lo nuestro es « anunciar a los pobres la buena nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar » la misericordia y la gracia del Señor. El Señor nos manda para que vayamos donde nos necesiten, donde haya un grito, una injusticia, una tarea, una soledad. Nos manda para que seamos instrumentos de su paz.

Resumiendo, nuestra misión es ir, como Jesús, por el mundo « haciendo el bien », amando, amando como Jesús. La esperanza que nace del misterio de la Ascensión no nos ahorra los trabajos de esta vida: tanto los del crecer constantemente en la vida cristiana y sus compromisos, como los que supone el peso de la existencia con todos sus avatares; pero les da a todos ellos la categoría existencial, repleta de segura esperanza, de estar orientados hacia el Padre, de tal forma que vivir en cristiano sea una constante ascensión.

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