Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El libro se titula «Los Diez Mandamientos» y está constituido por las respuestas del teólogo Eugen Drewermann durante las conversaciones con Richard Schneider.

Pues bien, este conocido teólogo y psicoterapeuta recuerda que en el Libro de los Muertos, del Antiguo Egipto, se habla de un faraón que es interrogado en el juicio de los muertos por Maat. Esta diosa de la verdad y del orden del mundo va haciendo una especie de examen de conciencia al faraón. Entre otras cosas, el faraón debe explicar que nunca se ha dejado seducir por la codicia, que nunca ha engañado a nadie y que jamás ha proferido una mentira por la que alguien llegara a ser víctima de una injusticia.

Es interesante saber que el Libro de los Muertos es una compilación realizada en el siglo XVI a. de C. de textos que se remontan al menos al año 2000 antes de Cristo. Los valores morales que se recogen en los cerca de doscientos capítulos que lo componen, se encuentran también reflejados en el Decálogo bíblico y en otros muchos códigos morales.

La moralidad, que hoy parece impuesta por las iglesias, es muy anterior a las iglesias mismas. En realidad obedece a una experiencia muchas veces milenaria, que responde al sentido común de la humanidad. Como se ve por las tres actitudes mencionadas, la corrupción del gobernante ya era vista como una maldad inexcusable hace más de cuarenta siglos.

Pero aún hay otro aspecto interesante que merece la pena subrayar en nuestro tiempo. En el mismo contexto, el autor recuerda los textos de la pirámide de Unas, el último rey de la 5ª dinastía, que vivió entre 2494-2345 a.C. Pues bien, según esos textos, se pregunta al faraón en el juicio de los muertos si ha sido acusado alguna vez por algún ganso o por algún asno. Subrayando el carácter divino del faraón, comenta Drewermann con evidente ironía: «¡Pobre del faraón a quien los animales del agua, la tierra o el cielo, a quien cualquier forma de vida, acuse por haberle infligido un daño innecesario! Nosotros hemos pasado completamente por alto la idea de que en nombre del orden del mundo los animales pudieran juzgar a los hombres».

Nosotros decimos creer en el Dios de la vida. ¿No habremos de pensar en el juicio que nos espera? Nos asombra ver que la antigua cultura de la isla de Pascua desapareció a causa de la tala sistemática de los bosques. En otros lugares hemos hecho lo mismo. Nuestra voracidad se come las selvas en aras de un falso progreso. Hemos destrozado con vergonzosa irresponsabilidad la vida de animales de tierra, mar y aire.

Y, finalmente hemos decidido dar muerte a los seres humanos que no consideramos dignos de vivir, inventándonos las justificaciones más falaces. Nosotros nunca pasaríamos limpios el juicio de los animales. Y nunca aprobaremos el juicio de nuestros hermanos, de nuestros hijos y de nuestros padres ancianos.

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