Diario de León
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A la última | rafael torres

N o es muy probable que Silvio Berlusconi, a su edad, sea ya capaz de aprender nada. De la execrable agresión de que fue objeto la otra tarde, obra de un perturbado que, por cierto, a punto estuvo de ser linchado por la multitud, podría extraer alguna enseñanza, si no política, sí de índole personal, bien que en el caso de que bajo la máscara que se ha ido labrando acertara a encontrar la persona que seguramente, tras ella, sigue siendo.

La primera y principal sería que no se puede ir por la vida insultando a todo el mundo, a las mujeres, a los negros, a los inmigrantes, a los homosexuales, a los opositores, a los jueces, y creerse blindado ante el efecto rebote que, ante la realidad, tiene todo cuanto hacemos en la vida.

No quiere esto decir, lógicamente, que esa agresión sea consecuencia del ejercicio de su política «condottiera», ni de lo sobrado que va prevaliéndose, cobardemente, de su poder, sino que los agujeros negros que deja la justicia, ese vacío, está siempre pronto a rellenarse con la violencia y la irracionalidad. Berlusconi no merece, es ocioso decirlo, que nadie, ni un loco ni la víctima más airada de su política, le parta la cara, pero sí merecería, cual acaba de dictar el Tribunal Supremo italiano, ser juzgado como los demás ciudadanos, -”y aun más severamente por cuanto su cargo conlleva una importante referencia moral-”, por sus actos contrarios a la ley.

Sólo en un ambiente absurdo y desatentado como el que se vive en la Italia actual, donde la impunidad y la ordinariez de su máximo mandatario lo impregnan todo, abismando a la sociedad en una especie de infra-realidad que no merece, puede relacionarse la salvaje acción del agresor milanés con la situación política, si es que cabe calificar de «política» a la ausencia absoluta de ella.

El primer ministro italiano, a su edad, debería conocer alguna verdad sencilla sobre la fragilidad del ser humano, pero se ve que sus inmensas riquezas le ofuscaron, hace ya mucho tiempo, el entendimiento. Y no sabe que sin riquezas se puede vivir, pero que sin entendimiento, no.

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