Diario de León
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Opinión Antonio García Cenador

La fuente de la autoridad del profesor está en ser una persona que sabe más y, fundamentalmente, en ser el que despierta el deseo de saber. Pero para lograrlo es condición que el profesor esté verdaderamente interesado en lo que enseña.

No es tarea fácil y menos hoy en día, en el que el profesor no sólo ha de lidiar con la burocratización y el continuo cambio de leyes, sino también con el aumento de la violencia, la inhibición y la apatía intelectual de los alumnos.

Vemos así profesores cada vez más abrumados y deprimidos que protestan contra los padres que no se ocupan de domesticar la selva de las pulsiones que desordena a los niños y les impide cumplir lo que la escuela espera de ellos.

En estas circunstancias, no pocos profesores, confrontados a expectativas ideales se topan con la impotencia y en esta tesitura, no les queda otra que tirar la toalla o entrar en rivalidad agresiva con el alumno. El alumno los encuentra allí donde los busca.

La impotencia se agrava porque desde la sociedad cada vez se demanda más a las instituciones educativas: la llamada violencia de género debe prevenirse con una buena educación, la violencia entre adolescentes se achaca a fallos educativos, los problemas psíquicos de los alumnos deben resolverse en el seno de la comunidad educativa, véase la categoría «necesidades educativas especiales»-¦

A esta corriente se suman padres desorientados que exigen a los docentes que les resuelvan la papeleta de civilizar a sus hijos.

¿Cómo abordar este malestar que insiste?

Decía antes que cuando se pretende responder a expectativas ideales nos topamos con la impotencia y entonces se producen dos reacciones: tirar la toalla o la agresividad.

Aceptemos, entonces, que no hay soluciones absolutas y veamos qué es posible.

Empezaré poniendo de relieve que « la posición del agente forma parte del problema del que se ocupa, en la medida en que el profesional, con su aparato conceptual, contribuye a configurarlo y eso define el tratamiento a seguir» *

Ante el malestar insistente que está ahí a pesar de las medidas disciplinarias y educativas (sin duda necesarias) podemos adoptar dos posturas:

1.- Si lo consideramos una conducta perturbadora, un trastorno, lo trataremos de manera protocolizada, es decir, igual para todos. A igual conducta igual tratamiento.

Aquí el saber está de lado del profesional. Es él quien sabe las técnicas y también tiene el saber sobre el significado de dicho trastorno. Por ejemplo: «quiere llamar la atención». Quizás sea cierto pero así nos olvidamos de las razones por las que alguien quiere ser tenido en cuenta, que son particulares para cada sujeto. Pero-¦se me olvidaba que desde esta perspectiva la dimensión subjetiva no cuenta porque «no es científica».

2.- Si lo consideramos un síntoma, ofrecemos un espacio de escucha. Una escucha que tiene condiciones precisas: el profesional está en posición de no saber (reconoce que no sabe las razones por las que un sujeto tiene tal conducta perturbadora para los demás o para sí mismo) y sólo así en esta posición puede abrir la posibilidad de un lugar para el sujeto, lo que implica darle la palabra.

Darle la palabra permite que el sujeto plantee su demanda, y así observamos que las preocupaciones, las inquietudes que manifiestan los padres y/o los profesores no coinciden con las del sujeto al que escuchamos.

Y, por último, nuestra oferta de escucha tiene otra condición: apuntamos a la parte de responsabilidad que le corresponde al sujeto. Sin el consentimiento, sin la aceptación de la responsabilidad que le toca, es imposible la rectificación subjetiva. Solamente añadir que ayudar a alguien a responsabilizarse es reconocerle su dignidad de ser humano.

(*) Hebe Tizio: «La posición del profesional en los aparatos de gestión del síntoma en Reinventar el vínculo educativo (2003 Gedisa)»

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