Diario de León

El Camino de las vidas sepultadas

marciano pérez

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Publicado por
Ángela Ordás
León

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Presos del sentimiento de desarraigo, un día los vecinos de Campillo, Ferreras, Quintanilla, Vegamián, Utrero, Armada, Lodares, y Camposolillo vieron destruido su hogar sepultado bajo el agua. Sus vidas ya no iban a volver a ser las mismas, no después de ser expulsados de sus pueblos. Así lo vivió la familia de Domingo y así lo recoge Julio Llamazares en su libro ‘Distintas maneras de mirar el agua’. Algunos se acostumbraron a la sombra de la nostalgia. Otros, sin embargo, nunca consiguieron sobreponerse a ser trasplantados en otro paisaje ajeno a sus raíces, entre ellos el protagonista de la novela.

«Es complicado volver a un lugar que ni siquiera conociste; tienes una visión borrosa del pueblo. Yo regresé con 13 años, en el 83, cuando el pantano dejó al descubierto las ruinas de Vegamián. Hasta entonces, no lo había visto nunca. Recuerdo que podías caminar entre sus fangosas calles y reconocer la escuela. Fue sorprendente que en el patio donde mi padre había sido maestro encontrase la representación perfecta de la destrucción absoluta: una planta de fresas muerta». Lo relata con nitidez Llamazares pese al paso de los años y lo escribió en uno de los poemas de Retrato de bañista.

«Es bonito cuando estás solo y escuchas los versos que te transportan a la nostalgia. Para mí esta ruta es un regalo literario que me ha hecho el Instituto de Educación Secundaria de Boñar Pablo Díez, y consigue que las voces que quedaron sepultadas sean ahora el eco de estas montañas», dice el autor.

Una labor que también hacen los profesores del instituto y Nuria Rubial, su profesora de literatura. Cuenta que desde hace años lleva a sus alumnos a leer los pasajes de Distintas formas de mirar el agua a las orillas del Porma.

La ruta consta de un camino de 4,2 kilómetros que va de Rucayo a Utrero, en donde se pueden encontrar seis siluetas de acero a escala real que comparten con el visitante su historia. Para escucharlas, el caminante puede escanear un código QR o leer los fragmentos escritos en la placa que hay a los pies de los personajes. Nuria Rubial y Julio Llamazares transitan esta ruta, la muestran, se acompañan en el paseo y dejan entrever sus vivencias, sus recuerdos. Son los guías de este reportaje.

Saben de qué hablan. Nuria da voz a la primera silueta del recorrido, Virginia, la viuda de Domingo, que ya no tendrá con quién compartir el lecho matrimonial y que dará vueltas intentando recrear un cuerpo que ya no existe.

Es imposible no estremecerse ante la combustión del tiempo, ante el devenir de un destino que acaba en cenizas. Y es que, como siempre ocurre, aquellos que se quedan ven cómo el mundo sigue girando y el agua no se estanca a pesar de que sus vidas sí lo hagan.

Los caminantes continúan su travesía por ese solitario paraje en el que solo se escucha el sonido de sus pisadas en la hierba. Quizás para algunos de los que contemplen la majestuosidad de sus montañas, el Porma sea, como relata Teresa, la hija de Domingo, un recuerdo borroso en su memoria.

Después de haber comprendido todas las historias de las siluetas, Julio Llamazares y Nuria Rubial levantan la vista cuando llegan a Utrero. «Es el paisaje del fin del mundo, que está expuesto como un cadáver a la contemplación de los curiosos», como relata Elena, otra silueta.

Allí, sentados en la fuente donde se encuentra Agustín, la última silueta, la única que no mira al embalse, intercambian viejas anécdotas, distintas formas de mirar el mundo. Como explica el personaje, «Domingo me enseñó que no todo el mundo ve el agua de la misma manera». Quizá porque no todos ven la misma situación de la misma forma.

Como en una tragedia griega, cada personaje cuenta una parte de la historia y al final, la suma de todos ellos posiblemente sea lo que piense el autor. Y eso, seguramente, sólo lo adivine quien emprenda su viaje hacia esta ruta.

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