Diario de León

El último difunto de la aldea borrada

El hombre que nunca abandonó Santibáñez

Manuel Moreno, emigrado a Portugalete, intentó durante años el traslado del cementerio de su pueblo vacío a Torre. Sus cenizas reposan ahora en los restos del camposanto de un lugar que ha desaparecido de los mapas .

Imagen sin fechar de Santibáñez de Montes (años 50 o 60). ÁLBUM FAMILIAR DE MANUEL MORENO VILORIA

Imagen sin fechar de Santibáñez de Montes (años 50 o 60). ÁLBUM FAMILIAR DE MANUEL MORENO VILORIA

Publicado por
CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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Manuel Moreno Viloria nunca se fue del todo de Santibáñez de Montes, el pueblo del Bierzo Alto borrado del mapa por la misma mina que lo alimentó durante medio siglo y por la despoblación que lo llevó a desaparecer legalmente como entidad hace una década.

Emigrado a Portugalete, donde regentó un bar al que llamó Buenos Aries porque ese era el nombre del local más concurrido de Torre del Bierzo, Moreno Viloria regresaba todos los veranos al Bierzo y desde Bembibre, donde la familia conservaba una casa, metía en un taxi a sus dos hijos y después caminaba con ellos los últimos cinco kilómetros por las laderas del puerto de Manzanal para visitar las ruinas de Santibáñez de Montes. Así contempló, impotente, cómo el pueblo donde había nacido el día de Nochevieja de 1942 se derrumbaba año a año, cómo la maleza se tragaba las calles, cómo el cielo abierto de Antracitas de Brañuelas, la mina que había dado de comer a los habitantes de la localidad durante décadas, devoraba las casas, y cómo desaparecía poco a poco la iglesia. Y cuando el deterioro de la aldea convirtió en evidente que nadie se acercaría allí para honrar a los muertos se propuso hacer algo para salvar al menos el cementerio.

Fallecido en el País Vasco el pasado mes de septiembre, una parte de sus cenizas han terminado ahora en el mismo camposanto ruinoso que trató sin éxito de que el Obispado de Astorga trasladara a Torre del Bierzo. Así lo han querido su viuda, María Teresa Núñez, y sus hijos, Manuel y Miguel Ángel Moreno Núñez, que unos días después del óbito hacían el mismo viaje de regreso al Bierzo y depositaban los restos en el antiguo cementerio, después de limpiar los arbustos y las zarzas. Y así se lo han contado a este periódico tras leer el reportaje sobre la despoblación de la cuenca del Bierzo Alto que el pasado mes de diciembre comenzaba con el sorprendente descubrimiento de la lápida del último difunto de Santibáñez, mucho más reciente de lo que nadie esperaba.

«Fuimos unos días después de su muerte el 24 de septiembre, con herramientas para limpiar la maleza y el cemento y la arena para hacer la masa de la lápida. Pensamos que a mi padre le gustaría que una parte de sus cenizas estuvieran en su pueblo», cuenta Manuel Moreno Núñez, ingeniero técnico de Siemmens en el País Vasco. El resto reposan en Turienzo Castañero y en un parque de Portugalete donde Manuel Moreno Viloria solía pasear.

Al hostelero afincando en Vizcaya le dolió vender, antes de que se la expropiaran, la casa familiar en Santibáñez a Antracitas de Brañuelas, empresa que acabó por volar los edificios para expandir su cielo abierto en los años noventa. Y también fue duro descubrir, uno de los últimos veranos, que los arcos de la iglesia del pueblo, edificada sobre un antiguo monasterio de la Tebaida, habían desaparecido. «Pensó que alguien se los había llevado a su casa. No llegó a saber que estaban en la iglesia de Santa Marina de Torre», relata su hijo mayor, que considera «una buena idea» que la pedanía de Santa Marina de Torre, en vista del deterioro del templo, tratara de salvar lo salvable. Y eso no incluyó, por desgracia, el artesonado.

Manuel Moreno Viloria fue el mayor de cuatro hermanos, hijo de un maestro rural llamado Aurelio y primo del pintor vanguardista de Torre Andrés Viloria. De niño y adolescente se dedicó a ayudar en casa cuidando de las vacas en los prados que los lugareños de Santibáñez conocían como Llamacerrada. Desde joven, relata su hijo mayor, trabajó en las repoblaciones forestales y en la mina que recorría el subsuelo de su pueblo como alternativa al servicio militar y se licenció como oficial minero. «Según contaba, aquella fue una de las épocas más felices de su vida. La mina le gustaba. Allí se encargaba de los equipos de bombeo y afortunadamente nunca tuvo que trabajar como picador ni tuvo ningún incidente importante».

En un lugar al que solo se llegaba caminando o a lomos de un burro, Moreno Viloria trabajó «a pico y pala» en la apertura del camino que alguno de los descendientes de Santibáñez que todavía viven en los pueblos de los alrededores como Julio Viloria considera que sirvió más para que la gente hiciera la maleta y se fuera en los años sesenta que para que entrara en la aldea con más facilidad. Manuel Moreno Viloria también se marchó. Trabajó como repartidor de Coca Cola en Aranda de Duero, fue albañil en Portugalete, en ambos casos viviendo ‘de patrona’, y se empleó en un taller en Zorroza. Siendo hijo de un maestro, al enfermar su padre regresó al Bierzo para sustituirle en la escuela de Turienzo Castañero. Y allí conoció a quien iba a ser su esposa, María Teresa Núñez, con la que se casó en 1969.

Trasladados de nuevo a Portugalete, el Día de San Valentín de 1970 abrían el Bar Buenos Aries, donde Moreno Viloria trabajó hasta su jubilación. «Siempre contaba que el Bar Buenos Aires de Torre era el que más le gustaba; tenía baile, cine, café de cafetera italiana... ¡un lujo para la época!», añade su hijo mayor.

Y ahora el Bar Buenos Aires de Portugalete lo regenta su otro hijo, Miguel Ángel, que ha conservado orgulloso la enorme fotografía aérea de Santibáñez de Montes, un pueblo que ya solo existe en el recuerdo y que su padre colocó en el lugar más visible de su negocio.

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