Diario de León

Cristina, la encantadora de abejas de Filiel

Cristina García nunca pensó que iba a vivir en Filiel y mucho menos que se convertiría en apicultora

La explotación apícola de Cristina García Gutiérrez en Filiel completa la labor que las abejas hacen en la colmena con los trabajos de extracción de la miel y fundición de la cera que la apicultora desarrolla en la antigua nave de ovejas transformada en su ‘labotarorio’ con el ingenio de su marido, José Arce.

La explotación apícola de Cristina García Gutiérrez en Filiel completa la labor que las abejas hacen en la colmena con los trabajos de extracción de la miel y fundición de la cera que la apicultora desarrolla en la antigua nave de ovejas transformada en su ‘labotarorio’ con el ingenio de su marido, José Arce.

León

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Había estudiado un ciclo de formación profesional de administrativa y trabajaba en León. Cristina García Gutiérrez, oriunda de Chozas de Arriba, se casó con José Carlos Arce Cadierno y se fue a vivir a Filiel, en la Maragatería. Al principio tenían una explotación de ovejas que compartían con otro familiar pero a ninguno de los dos le gustaba y menos aún salir con el rebaño al campo.

Carlos se pasó al sector de la construcción y Cristina hizo el cambio de su vida cuando su hermano, que tenía colmenas en Chozas de Arriba, «resultó alérgico». «Las niñas eran pequeñas y me decían que no metiera en berenjenales», recuerda. Pero se metió hasta el cuello y hoy está al frente de una explotación apícola de 525 colmenas. Las colmenas están en el monte, en diversos puntos del municipio de Lucillo, y en la antigua nave de las ovejas tiene el ‘laboratorio’ para realizar el proceso de extracción de la miel y la cera.

La encantadora de abejas de Filiel es una de las pocas apicultoras que realiza además fundición de la cera para su reutilización en los panales. Este es un proceso que normalmente los apicultores encargan a empresas o simplemente compran nuevos panelas cuando, cada dos o tres años, hay que reponerlos.

«Ahora me gustan», confiesa. Y, aunque no lo dice, sabe de abejas lo que no está escrito. De abejas, colmenas, cajones, cuadros, miel, cera... Cristina es un libro abierto sobre el apasionante mundo de la apicultura. Y también sobre los sinsabores de un oficio que está amenazado por la fuerte presión de las importaciones de miel. «Han metido mucha miel de Argentina, China y otros países pero por el hecho de manipularlo aquí se considera producto de la Unión Europea y en España si la mezclan con un 50% de miel española pasa a ser producto de España», explica.

«Han metido mucha miel de Argentina, China... y por el hecho de manipularlo aquí se considera producto de la Unión Europea y en España si la mezclan con un 50% de miel española es producto de España»

«Todo es legal pero a los que tenemos aquí las producciones nos machacan porque compran a unos precios que nosotros no podemos poner», lamenta. Las exigencias sanitarias también son muy diferentes para los apicultores españoles: «Sólo podemos utilizar medicamentos autorizados y es obligatorio el tratamiento para la varroa una vez en el otoño; en la miel que viene de fuera usan antibióticos que aquí no están permitidos», apostilla.

En esta explotación apícola de Filiel, que no es la única —«mi cuñado tiene una mucho más grande»— tienen una producción de unos 12.000 kilos de miel en una temporada normal. La última cosecha ha tenido que estar almacenada hasta hace poco por las malas condiciones de venta del mercado.

Un año que tampoco olvidará por el enésimo incendio del Teleno, durante unas maniobras en el campo de tiro, que arrasó 105 de sus colmenas. «Me pagó el seguro pero no recibimos ni una sola ayuda pública como zona afectada por incendios. En los sitios donde se declaró la zona catastrófica les dieron 125 euros por cada colmena», añade. El incendio le obligó a buscar nueva ubicación para otras colmenas y tampoco tuvo facilidades. Pero lo peor fue ver quemarse el monte: «Se me caían las lágrimas de impotencia».

Cristina se ocupa de todo el proceso y Carlos le proporciona todo tipo de artilugios para hacer más llevadero y eficaz cada uno de los pasos que hay que dar para mantener las colmenas y obtener sus productos, desde la miel a la cera. Una combinación práctica y precisa de matemáticas, biología y física ha mejorado la desoperculadora en la que invirtieron 7.700 euros.

«La abeja reina vive entre tres y cuatro años y las obreras duran 30 días en época de trabajo y 60 en época de no recolección; en invierno llegan a durar hasta cinco o seis meses para dar calor a la reina»

Es la máquina en la que se remueven los opérculos de las celdas del panal para extraer la miel y la cera, cuando ya la miel está madura (18% de humedad). «Cuando la miel está madura las abejas crean una corriente de aire en la colmena y sellan las celdas del panal», explica.

Han mejorado la máquina con una línea de extracción hecha a mano. De esta manera en cada lado de la máquina puede colocar 40 cuadros para centrifugar. A partir de ahí, la máquina funciona «como una lavadora». Un montacargas alivia la carga. Cuando la cera de los panales se funde y se vuelven a colocar las láminas con los dibujos hexagonales que garantizan el máximo aprovechamiento del espacio. «Es la forma perfecta porque no se desperdicia nada», apostilla Cristina.

Sujeta población
Filiel cuenta con 99 habitantes censados, una quincena menos que en el año 2000

Cada año cambia tres cuadros por colmena. «Las abejas son como los humanos, prefieren un espacio limpio», comenta. La vida en la colmena tiene ciclos diferentes en función del papel que cumple cada individuo. «La abeja reina suele vivir entre tres y cuatro años y las obreras duran 30 días en época de trabajo y 60 en época de no recolección; en invierno llegan a durar hasta cinco o seis meses para dar calor a la reina», explica la apicultora.

Los zánganos viven de 45-90 días, solo entre primavera y otoño que es la época en la que salen las reinas para fecundar. «Cuando no sirven los matan o los expulsan de la colmena y mueren de frío o hambre», añade. Los zánganos nacen de huevos sin fecundar, son algo más grandes que las obreras y se les reconoce sobre todo por sus ojos más grandes. Aunque se dice de ellos que solo se dedican a comer, contribuyen a la elaboración de la miel con la función de repartir el néctar.

La fundidora de cera es otra máquina que ha mejorado José con sus habilidades para la mecánica. «Y eso que solo estudié hasta octavo de EGB», dijo un día en casa cuando comentaban las mejoras que había hecho en la explotación apícola. Esta fundidora permite reutilizar la cera de los panales de su propia explotación y de otras de colegas de profesión.

Se trata de una máquina de aire caliente con dos ventiladores para mover el aire. La cera se funde en tres o cuatro horas y la ‘porquería’ de las camisas. Es lo que queda en la rejilla tras el filtrado de la miel. En este proceso la cera pasa de fundirse (cuando alcanza la temperatura de 145-150ºC) a solidificarse mediante la ventilación. Antes de que esté fría del todo es cuando hay que pasar la rejilla para dibujar de nuevo los huecos hexagonales. La máquina hay que ajustarla en función del tamaño de cada panal, que puede variar de unas colmenas a otras.

Laminado de cera

 

La labor de carpintería de cajones también sale del trabajo y la inventiva de esta pareja. Carlos ha ideado otra máquina con la que Cristina puede desempeñar esta tarea sobre una mesa con total comodidad. La explotación de Cristina García Gutiérrez vende la miel a granel, previamente almacenada en bidones que cargan desde el depósito ideado y construido por su marido para que caiga desde la máquina desoperculadora usando la fuerza de la gravedad. Para manejar los bidones han instalado una grúa adaptada y para su movimiento dentro de la nave la carretilla tiene unos ajustes especiales, diseñados por encargo de la apicultora, para castigar menos su espalda. Las matemáticas y la inventiva para una economía sana del esfuerzo son herramientas clave de esta singular explotación.

Carlos y Cristina decidieron quedarse en Filiel, en el municipio de Lucillo. Han levantado su casa y criado a sus hijas en este pequeño pueblo que está a las faldas del Teleno y en las lindes del campo de tiro del Ejército de Tierra. Pese a lo alejado que parece del mundo —a 30 kilómetros de Astorga y a casi 80 de León en zona de montaña— mantiene un censo de 99 habitantes. En el año 2000 eran 115. En aquellos años «los jóvenes que se casaron quedaron aquí». Se ven casas arregladas, queda una ganadería y también tienen bar. Llegó a haber 25 niños en el pueblo. Ahora hay tres que van al colegio en Astorga y cinco al instituto. En el pueblo, Cristina, José y sus hijas hacen su vida y son pioneros en incorporar los últimos avances, como es la instalación de paneles solares que ya han reducido su factura eléctrica. Carlos es el que sale a trabajar fuera. En la empresa son una decena de albañiles cuyos servicios son demandados en toda la comarca.

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