Diario de León

OPINIÓN Miguel Pardeza

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Después de la brillante clasificación, la pregunta obligada es si España tiene una o dos selecciones de igual o parecida solvencia. Al menos, este último partido contra Sudáfrica así nos plantea la espinosa y gratificante cuestión, ya que uno de los problemas tradicionales de nuestro país ha sido el de si existían once jugadores intercambiables, o por el contrario había que remover Roma con Santiago para encontrar apenas cinco titulares de máximo nivel. Por lo visto en esta liguilla, nuestra impresión no puede ser más risueña, pues parece que nos sobra competencia por todas partes. Por juego y continuidad, casi diríamos que los vencedores de los africanos superaron a los de los eslovenos y paraguayos. Lograron equilibrarse tácticamente por medio del sentido común; tal es así que durante los noventa minutos uno no sabía que apreciar más si el coloso sentido colectivo, el respeto unánime a la figura del balón o el mérito de cada una de las acciones individuales. Lo de menos, en este caso, es la dimensión del rival, por más que a muchos nos decepcionara por su desigualdad, candidez y falta de rigor físico, sino la puesta en escena de un equipo animado, seguro y feliz con el desarrollo del juego. No es fácil ver disfrutar a un grupo como el español acostumbrado a ir al límite de sus posibilidades, o a remolque de la realidad; una realidad que recurrentemente y a modo de reprobación terminaba por aplastar toda suerte de ilusiones. Por otro lado, este partido tuvo un aire agraciado de confirmación personal en las figuras de Joaquín y de Raúl. El jerezano es sin lugar a dudas el mejor especialista en su puesto del fútbol español, ni siquiera sus lagunas defensivas o su propensión a la anarquía restan un ápice a su profundidad, su atrevimiento y su precisión. El caso de Raúl es distinto. El madridista es un milagro inaccesible a las decepciones, una buena noticia sin interrupción. No se trata de que volvamos a explicar su talento, sobre el que pueden admitirse cuantos epílogos se quiera, a excepción de aquellos que le disputen con inexactitud la trascendencia de lo que hace. Por bien de España, está en su mejor momento; sólo queda esperar que sus socios de andanzas continúen tras su ejemplo.

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