Diario de León

| Crónica | Hoy se cumplen 30 años de la Marcha Verde |

Historia de una traición

Hasán II aprovechó la agonía de Franco y la debilidad de Arias Navarro para lograr la anexión del Sáhara con la ayuda de Kissinger y Giscard y al margen de la ONU

Miles de personas por el desierto para reivindicar el Sáhara con las banderas y el Corán como armas

Miles de personas por el desierto para reivindicar el Sáhara con las banderas y el Corán como armas

Publicado por
Enrique Clemente - redacción
León

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«Fue una apuesta psicológica. En realidad, fue un chantaje horrible, pero un chantaje lícito». Con esta cínica crudeza, Hasán II se refirió a la Marcha Verde al ser pregun-tado por Eric Laurent casi 20 años después. El hábil, taimado y audaz monarca alauí contaba con que los militares españoles no serían ca-paces de disparar contra una masa de 350.000 civiles marroquíes des-armados. Lo que no se supo hasta mucho después es que Estados Unidos le había ayudado a preparar la invasión. La entrega de la que era la 53 provincia española es la historia de una traición al pueblo saharaui, que quedó abandonado a su triste suerte. Fue perpetrada por un atemorizado e incapaz Carlos Arias Navarro, entonces presidente del Gobierno, con un Franco agonizante y un país paralizado, pendiente de los partes del «equipo médico habitual». Hoy hace treinta años que Hasán II dio comienzo a aquella geniali-dad diabólica que había diseñado con la ayuda de Kissinger y el respaldo de Giscard. Una turba de desheredados, que portaban banderas marroquíes -incluso algunas estadounidenses-, retratos de su rey y ejemplares del Corán, se lanzaron sobre la colonia española. Los acompañaban militares disfrazados de campesinos y contaban con la cobertura de su Ejército. «La Marcha Verde es pacífica. Si te encuentras con un español, civil o militar, intercambia con él el saludo e invítale a compartir la comida bajo la tienda. Si dispara contra ti, continúa la marcha armado únicamente con tu fe, que nada podrá quebrantar». De esta forma arengó a su pueblo el rey lobo que se había puesto la piel de cordero, pero que estaba dispuesto a sacrificar las vidas de 300.000 compatriotas para lograr su objetivo. Aquella «grandiosa comedia mediática», como se la ha llamado, pudo convertirse en tragedia. Este monarca «autoritario y cruel», como lo califica el especia-lista Ignace Dalle, había recurrido a la vieja treta de unir a la práctica totalidad de sus súbditos agitando el furor nacionalista cuando estaba en la cuerda floja tras sufrir un intento de golpe de Estado y dos atentados. A las 10.47 horas, los primeros manifestantes cortaron las alam-bradas de la frontera y se introdu-jeron en territorio español. Pese a que había prometido ir a la cabeza, Hasán II prefirió quedarse en su palacio de Agadir. La marcha se internó 10 kilóme-tros en el Sáhara. Parecía que no iba a pasar de allí, ya que Madrid y Rabat habían pactado que se que-daría 48 horas y luego se retiraría. No fue así. Marruecos advirtió a España de que la marcha seguiría adelante si no negociaba de inmediato la transferencia de la colonia. Al día siguiente, 100.000 marroquíes cruzaron la frontera y abrieron un nuevo frente en el este. Arias Navarro envió inmediatamente a Rabat, el día 8 por la mañana, al ministro de la Presidencia, Antonio Carro, para que diera garantías al rey de que España estaba dispuesta a claudicar. El día 10, la marcha se replegó. Hasán II había ganado el pulso. El destino del Sáhara quedó sentenciado en los Acuer-dos de Madrid firmados el 14 de noviembre. Las tropas marroquíes entraban a sangre y fuego en el territorio y bombardeaban con napalm y fósforo blanco a la población civil, la mayoría ancianos, mujeres y niños. Historia de una mentira ¿Cómo se había llegado hasta allí? En enero de 1974, Franco seguía asegurando que estaba dispuesto a ir a la guerra para defender la colonia. Pero el 9 de julio era hospitalizado por una tromboflebitis. Hasán II comprendió que había llegado el momento de pasar a la acción. Pero sufrió un grave contratiempo. Arias Navarro se dejó convencer por el ministro de Exteriores, Pedro Cortina, para celebrar un referéndum de autodeterminación, y se elaboró un censo de votantes. Era justamente lo contrario de lo que quería Hasán II, porque sabía que lo perdería. Pero aún le quedaba otra carta por utilizar. Pidió al Tribunal Internacional de La Haya que se pronunciase. Pero, para entonces, según ha revelado Tomás Bárbulo en Historia prohibida del Sáhara es-pañol (Destino, 2002), Marruecos ya había diseñado una estrategia conjunta con Washington y al margen de la ONU. Agentes estadounidenses estaban asesorando a un grupo reducido de marroquíes para llevar a cabo un proyecto secreto que se denominó Marcha Blanca. Casi dos meses an-tes de que la Corte de La Haya se pronunciara sobre el asunto, Kis-singer ya había cerrado la entrega del Sáhara a Marruecos con un telegrama que decía: «Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses. Él la ayudará en todo». Laissa era el nombre en clave de la Marcha Blanca -que al final fue verde- y Él era Estados Unidos. El Tribunal de La Haya falló el 16 de octubre de 1975 a favor del derecho de autodeterminación del Sáhara, lo que era un serio revés para Hasán II. Pero éste reaccionó. Se dirigió por radio y televisión a su país, tergiversó la resolución, diciendo que le daba la razón, y anunció que él mismo encabezaría una marcha pacífica sobre el territorio. Al día siguiente se reunió el Consejo de Ministros en el Pardo, bajo la presidencia de un Franco muy mermado y vigilado, desde la habitación contigua, por un equipo médico. El Caudillo sufrió una alteración cardíaca cuando se comenzó a hablar del Sáhara. Arias tomó el control y puso en marcha la operación Golondrina para que las tropas españolas abandonaran la colonia a partir del 10 de noviembre. Por la torpeza y la mala fe de Arias Navarro, España quedó en evidencia. Por un lado, José Solís, «la sonrisa del régimen», negocia-ba en secreto la entrega con el mo-narca alauí. Por otra, el embajador en la ONU, Jaime de Piniés, ajeno a esos trapicheos, seguía dicien-do que España nunca cedería el territorio.

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