Diario de León

El pueblo de León y clero firman tablas en el debate más largo de la historia

Celebración del acto de Las Cabezadas en la basílica de San Isidoro. F. Otero Perandones.

Celebración del acto de Las Cabezadas en la basílica de San Isidoro. F. Otero Perandones.

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No hay manera de que el pueblo de León y el Cabildo de San Isidoro se pongan de acuerdo sobre si las ofrendas al santo son un acto "libre y voluntario", como sostiene el primero, o una "obligación", como cree el clero, debate que, un año más desde el siglo XII, ha quedado "en tablas" en la ceremonia de Las Cabezadas celebrada este domingo.

Se trata de una tradición en la que el pueblo acude a agradecer a San Isidoro con un "cirio de arroba bien cumplida y dos hachones de cera" su mediación para que acabara con la sequía que asoló León en 1158 bajo el reinado de Fernando II, época de esplendor del viejo Reino.

Desde entonces, el clero sostiene que el pueblo se ve obligado a repetir la ofrenda cada año, pero este defiende que se trata de un acto libre y voluntario, por lo que, cada último domingo de abril, un representante municipal, el llamado síndico, y uno del Cabildo, el capitular, discuten sin acuerdo y se intercambian regalos.

Al igual que en 2020, este año y debido a la crisis sanitaria la ceremonia se ha retrasado hasta el mes de julio y ha estado marcada por las restricciones impuestas, por lo que solo se ha permitido la asistencia de 90 personas.

En esta ocasión, ha ejercido de síndico el concejal Nicanor Pastrana, que ha acusado al clero de mantenerse en su postura en contra de toda lógica e incluso de lo expuesto por los cronistas de la época sobre la ofrenda.

Pastrana ha ofrecido al canónigo dos vasos para catar unos "chupitos" del vino añejo que según la leyenda se guarda en una tinajas de un recóndito lugar de la basílica de San Isidoro "para alegrar el ánimo y soltar la lengua sin que ello llegue a enturbiar la razón".

El representante del Cabildo, el canónigo Teodomiro Álvarez García, ha respondido al edil que la ofrenda es "obligación" y ha insistido en que "no hay argumento" para que el pueblo de León defienda su postura porque después de que en 1158 se procesionara al santo para que lloviera él mismo se lo impuso.

"Así está escrito en documentos históricos y así es la tradición", ha espetado al síndico municipal, porque, ha proseguido, es la "costumbre de venir en tiempos pacíficos o revueltos a cumplir con esta obligación".

Tras la argumentación de un y otro, al final, como si de una interminable partida de ajedrez se tratara, ambos se han ofrecido tablas para que el pueblo leonés y los visitantes puedan seguir disfrutando al menos durante otros ocho siglos de esta "hermosa ceremonia".

Después de que cada uno de los protagonistas de este debate sin fin encomendaran a sus secretarios dejar constancia del empate, el alcalde de León, José Antonio Diez, ha entregado el cirio y los hachones al obispo de la Diócesis, Luis Ángel de las Heras.

Tras el debate se ha oficiado la misa a cuya conclusión los representantes del pueblo, esto es, la corporación municipal, se ha alejado de la portada principal de San Isidoro haciendo las tres reverencias, el gesto que da nombre a Las Cabezadas que, por esas cosas de los empates, tendrá prórroga de nuevo el próximo año.

La raíz de esta tradición se remonta al año 1158 cuando, para evitar una catastrófica sequía sobre la capital, los leoneses procesionaron el arca de las reliquias de San Isidoro pero, dos leguas más allá, la urna comenzó a pesar tanto que se dio por imposible continuar el camino.

Fue doña Sancha, esposa del rey Fernando I, quien acudió al lugar, y después de tres días de ayuno y oración, tocó el arca, el peso se alivió hasta el punto que unos chiquillos pudieron devolverla a la Colegiata sin apenas esfuerzo para, después que se obrara el milagro, comenzara la lluvia y se paliara la sequía.

Desde entonces, el pueblo de León acude cada año a agradecer la mediación de San Isidoro y a realizar una ofrenda conformada por un "cirio de arroba larga y dos hachones de buena cera", aunque el Cabildo siempre sostiene que no se trata de una acto libre y voluntario, sino de una obligación. 

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