Diario de León
Varios rincones de la exposición que el Museo de la Minería y la Siderurgia de Sabero alberga hasta principios de julio.

Varios rincones de la exposición que el Museo de la Minería y la Siderurgia de Sabero alberga hasta principios de julio.

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Se llama Emilio y ronda los ochenta años. Lleva media vida jubilado aunque es cierto que con doce ya estaba de guaje en un pequeño chamizo, espalando el carbón que sacaba el picador, a veces con el agua a la altura de la rodilla. Veinticinco años de mina dan para mucho y no hay oficio que se le haya escapado, aunque los que recuerda a diario son los de barrenista y picador, cada vez que un ataque violento de tos le dice que ya no es minero pero que lleva dentro la mina, al menos una parte en forma de polvo de sílice y de carbón. Emilio tiene el pelo blanco, viste una camiseta de tirantes como las que siempre han gustado a nuestros abuelos, y se asoma a la ventana de su casa, con la mascarilla de su inseparable bombona de oxígeno en la mano y la boca abierta intentando respirar algo de aire fresco que alivie su angustia.

Emilio no existe, es tan solo un personaje creado por el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, que habita en su exposición Danger. Peligro en la mina y que nos mira desde un impactante grafitti. «Con Emilio hemos querido poner rostro a los miles de mineros que arrastraron y arrastran la enfermedad de la silicosis —explican desde el museo— y que llenan las ventanas de las Cuencas, de forma anónima, buscando una bocanada de aire que no sepa al oxigeno de sus bombonas.»

Varios rincones de la exposición que el Muso de la Minergía y la Siderurgia de Sabero alberga hasta principios de julio.

La exposición es un ambicioso proyecto puesto en marcha por el museo en el mes de octubre del año pasado, con el objetivo de dar a conocer al público general los peligros del trabajo minero. En su primera parte abordó los relacionados con los accidentes, caracterizados por su inmediatez y su trágico resultado. Ahora, en esta segunda, que puede verse desde finales de abril, trata de otro peligro, silencioso, pero no por ello menos grave, las enfermedades vinculadas a la labor minera.

Para que el visitante entienda lo antinatural del trabajo minero, que se desarrolla bajo tierra, con escasa iluminación, altos grados de humedad y temperatura y posturas a veces muy forzadas, la primera planta del edificio de exposiciones temporales se ha transformado en una auténtica mina, con un entramado de galerías posteadas en madera. De esta forma, dentro de una mina, se pueden comprender mejor las posibilidades altas de enfermar que tienen los mineros.

La exposición hace un repaso de la historia de las enfermedades profesionales y de la tipología de las mismas, dedicando cada una de las galerías a explicar un tipo diferente.

Así, en la galería que simula un frente de trabajo, el visitante puede entender lo que son las enfermedades osteoarticulares, que afectan a las muñecas, los codos y los hombros, después de muchas horas trabajando con maquinaria pesada y que emite fuertes vibraciones. Por si quedara alguna duda, un martillo de picar en perfecto estado de funcionamiento está a disposición de quien quiera sentir en su mano lo que siente un minero cuando pica el carbón. El tremendo ruido que genera también explica la hipoacusia o sordera que tanto padecen estos trabajadores.

Las bursitis, inflamaciones, generalmente de rodillas y glúteos, son también muy comunes en el minero, debido a las posturas forzadas que hay que adoptar en los lugares de trabajo, a veces muy estrechos e inclinados. Un minero tratando de encarrilar de nuevo una vagoneta da idea en una galería de lo duro e incómodo que es esta labor. Lo oscuro de este lugar tiene su significado, ya que otra de las enfermedades aquí explicadas es el llamado «nistagmus» de los mineros, graves deficiencias visuales provocadas por esta oscuridad y su contraste al salir al exterior.

Las galerías a veces se llenan de humo, inquietando a los visitantes. Es otro efecto museográfico, que recrea perfectamente el ambiente que sucede a una explosión y que sirve en la zona de trabajo habilitada para los artilleros y barrenistas, para explicar las enfermedades provocadas por la inhalación de sustancias, entre ellas la silicosis, precisamente en ese lugar en el que el polvo flota continuamente en el ambiente.

Sorprende la última enfermedad, provocada por un parasito, la anquilostomiasis. Una galería abandonada debido a una fuerte inundación, es el lugar idóneo para hablar de esta enfermedad, que era muy común en las zonas tropicales y que paradójicamente también asoló en un tiempo a los mineros, ya que las galerías húmedas y calientes fueron caldo de cultivo para este dañino parasito.

CRONICA e INCURABLE

De todas las enfermedades mineras, la más conocida, tal vez por su crudeza, es la silicosis. Por ello no sorprende que el museo le haya dedicado toda una planta de su edificio de exposiciones temporales.

Dos enormes pulmones, de más metro y medio de alto, reciben al visitante, flotando en la sala, uno sano, con el color rosáceo característico y otro silicótico con un color negro señal de su enfermedad.

El impacto que provocan estos pulmones no es nada comparado con el que se tiene en la «sala negra», un lugar no apto para hipocondriacos ni para fumadores. La pieza estrella de esta exposición se encuentra allí, también suspendida en el aire, llegada del Museo de Historia de la Medicina y la Ciencia del País Vasco. Son los pulmones auténticos de un minero, aquejados de silicosis, y que han permanecido desde mediados del siglo pasado en una pequeña urna sumergidos en líquido conservante. Su color negro da una idea clara del daño que el polvo de la mina causa y explica muy bien la agonía de quien padece esta enfermedad. Agonía que se siente en esa misma sala al escuchar permanentemente la respiración ahogada y el tosido estridente de un silicoso.

Y para que uno pueda conocer ese polvo de sílice y carbón que se ha apoderado de estos pulmones, una muestra de ambos también se puede observar junto a los precisos textos y las radiografías sobre los diferentes grados de la enfermedad aportados por el Instituto Nacional de Silicosis, cuya colaboración ha sido fundamental para el desarrollo de esta exposición, al igual que la labor de su comisario, Fernando Cuevas Ruiz.

La parte final de la muestra está dedicada a poner en valor el aspecto médico de la enfermedad, en sus vertientes de diagnóstico, prevención y tratamiento. Y nada mejor para ello que la reproducción con material original de un consultorio médico de una empresa minera, clave en el reconocimiento de los trabajadores para la detección de esta enfermedad silenciosa, tanto que a veces tarda más de diez años en aparecer.

Consultorio dotado de una colección de aparatos antiguos de medición de polvo cedidos también por el Instituto Nacional de Silicosis.

La exposición podrá verse hasta principios de julio, de forma gratuita, en el horario habitual del museo.

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