Diario de León

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Las otras pandemias que asolaron León

León se enfrenta de nuevo a una pandemia cuyas consecuencias flotan en la galaxia de la incertidumbre. En 1905, Ramón y Cajal se quejaba de la manía de las razas del sur de Europa de resolver los problemas hablando de ellos. Trece años después, la constatación del científico sigue de actualidad. Todos han hablado, todos hablan, la mayoría sin conocimiento del ‘asesino’ al que nos enfrentamos. Pero, como siempre, lo único que podemos aprender de la historia es que el hombre no aprende de la historia.

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Hace casi dos mil años, un virus llegó de Asia y dejó millones de muertos. El todopoderoso imperio romano fue sacudido por una extraña enfermedad que provocaba «dolor en los ojos, ataques de fiebre y tormento en todas las extremidades». La enfermedad, que los científicos han relacionado con el ébola y con la gripe (mal llamada) española, llegó de un territorio habitado por los seléucidas (actual Turquía) y se diseminó por los dominios del emperador Marco Aurelio, incluidos los territorios conquistados por la Legio VII Gemina.

La ausencia de registros nos impide conocer el balance mortal, pero sabemos por el obispo Cipriano que la plaga golpeó a toda la población por igual, que no discriminó entre sus víctimas. Se temió que fuera el principio del fin del mundo y los profetas anunciaron que el dolor generado por aquella peste no era más que un martirio exigido por Dios.

Veinte siglos después nada ha cambiado. Ahora son los augures ‘verdes’ los que advierten de que el coronavirus llega para salvarnos de un nuevo apocalipsis y los hay que lo utilizan como una guerra ideológica. De cualquier modo, esta nueva plaga provocará cambios que nos harán saltar hacia una era desconocida. Estas fueron las consecuencias de los otros asesinos invisibles.

La peste tuvo en León, como ahora se anuncia,  repercusiones económicas: subieron los precios y cayeron las rentas señoriales

España y, en consecuencia León, ha sido golpeada por varias epidemias a lo largo de la historia. Desde la peste negra, que asoló el país, pasando por la gripe española y, ya en el siglo XX, el VIH. Las consecuencias que han tenido las pandemias han sido muy dispares y su alcance real, tanto desde el punto de vista social como económico, no se sintió hasta varios decenios después.

La peste negra atacó León en menos medida que otras ciudades españolas. Las más golpeadas fueron las zonas costeras del Mediterráneo a causa de la llegada de barcos procedentes de los países que sirvieron de ‘incubadura’ de la bacteria yersinia pestis.

Destacaba el catedrático Julio Valdeón que el dato ofrecido por la crónica de Alfonso XI, cuando afirma que en 1348 la epidemia actuaba en León, Castilla y Extremadura, resulta demasiado escueto y parcial, y de él se obtienen muy pocas conclusiones. No obstante, el hecho de que no tuviera la misma incidencia que en la Corona de Aragón no fue impedimento para que las secuelas no llegaran con la misma fuerza.

Hay que destacar que la peste acentuó el desarrollo de un proceso de claro signo depresivo. Ahora bien, la «influencia de las pestilencias» no fue en todos los casos negativa. «Se beneficiaron de las mismas aquellos que pudieron aumentar su patrimonio inmobiliario, al incorporarse heredades de parientes fallecidos. También salió ganando la ganadería lanar, cuya expansión, según algunos autores, tuvo mucho que ver con la propagación de la gran mortandad». Valdeón añade que entre las consecuencias estuvo un brusco aumento de los precios y de los salarios, el retroceso de la producción agraria, la caída de las rentas señoriales y la acentuación de la conflictividad social, puesta de manifiesto inmediatamente en los pogroms antijudaicos.La difusión de la peste negra tuvo un efecto inmediato en la vida económica, que se centró en el incremento impetuoso tanto en los precios de los productos agrarios y manufacturados como en los salarios de jornaleros y menestrales. Subraya el catedrático que en las Cortes de Valladolid de 1351 se dijo que los jornaleros del campo demandaban precios «desaguisados» con lo que los dueños de las heredades no pudieron hacerles frente. Una de las consecuencias de la gran mortandad y la caída de la producción agrícola fue la depresión de las zonas rurales, el abandono del campo y el comienzo de la vida en la ciudad. El desarrollo de la burguesía comenzó en gran medida por la muerte negra. Es decir, en cierto modo podría afirmarse que la peste puso los cimientos de la modernidad.

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La mal llamada gripe española comenzó a segar vidas en 1918, año en el que concluyó la Primera Guerra Mundial. La soberbia llevó a pensar que era una enfermedad que sólo atacaba a los reclutas militares.

Como hasta hace una semana en España con el Covid 19, la población no se sentía interpelada por el virus. Sin embargo, todo cambió rápidamente. La gripe se cebó con las personas que constituían el motor social y económico del país. La muerte de los hombres y mujeres entre los 20 y los 35 años arrasó el crecimiento de la población. Esto propició, por lo tanto, un retraso en el desarrollo de la provincia, puesto que fueron los hombres y mujeres en edad de trabajar los que sucumbieron. Además, la gripe provocó un lógico descenso en la natalidad. Después de este gran grupo de edades intermedias, el sector de la población más afectado por la mortalidad pandémica fue el que tenía menos de un año y que alcanzó tasas cercanas a las del grupo 25-39, seguidos de los del comprendido entre uno y cuatro años.

La nueva plaga comenzó en los cuarteles militares y allí se agarró a los pulmones de los reclutas en una ola de infecciones que dejó en cambio libres de contagio a los veteranos. Y todo eso a pesar de que las condiciones de higiene eran igual de pésimas para todos: las crónicas hablan de hacinamiento de carne humana en alojamientos propios de establos para animales.

A pesar de que en un primer momento se pensó que los civiles estaban a salvo de la enfermedad, la esperanza se frustró muy pronto y lo que en un principio se pensó que era el resultado de una vacuna aplicada en malas condiciones se convirtió pronto en una pandemia que arrasó la provincia. El Ayuntamiento de León puso en marcha una campaña de higienización cuyas medidas más importantes fueron la desinfección de los domicilios, el recogido de los despojos y la «barredura». Además, las autoridades sanitarias dieron luz verde a un plan para acabar con los estercoleros que se multiplicaban por la ciudad con el fin de que no se convirtieran en una incubadora de gérmenes. El proyecto se aplicó en el espacio comprendido entre los muros de San Isidoro, calleja del Molino (detrás de la Cárcel vieja), Las Carreras, Barrio de los Quiñones, Santa Ana, calle de San Lorenzo, Azabachería, Cantarranas, rinconada de Gómez Salazar y calleja del Hospicio. Además, se cerraron los teatros para evitar con ello la aglomeración de personas.

La ausencia de conocimientos sobre la manera de atacar la gripe hizo que el único remedio fuera el desinfectante, incapaz de frenar una plaga que en un solo día podría hacer 3.000 rehenes y que dejaba un saldo de medio centenar de muertos en 24 horas.

La provincia contaba 386.000 habitantes a principios de siglo XX, una cifra cuya ‘talla’ cambió de manera radical tras el paso de la gripe. En la capital, se producían tres defunciones diarias, pero lo peor estaba en los pueblos. En el caso de Benavides, por ejemplo, se anuncia el 16 de abril de 1918 que la plaga sigue en aumento y ya suma 285 casos. Poco si lo comparamos con Destriana, con 600 casos, o Laguna de Negrillos, con 500, la misma cifra que en Vegas del Condado. El récord más triste se lo lleva Vegaquemada, donde el virus logró hacerse fuerte en los pulmones de 800 personas. Si tenemos en cuenta el número de habitantes que el ayuntamiento tenía en aquellos años, alrededor de 1.700, podemos concluir con que casi la mitad de la población fue esquilmada por el virus de la gripe. La parca aumentaba el registro mortal y se llevaba alrededor de cien personas al día.

El miedo hizo que los trabajadores se negaran a salir de sus casas, lo que llevó a que gran parte de la población infantil muriera de hambre. La parálisis de la economía durante los dos años de la pandemia paralizó en seco el desarrollo, pero la ausencia de mano de obra de la agricultura, provocó en pocos años el incremento del sector industrial.

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