Diario de León

«Son las mujeres las que sostienen la Iglesia y la vida real de la sociedad»

Medio siglo de un misionero leonés en Guatemala. Jesús Rodríguez nació en Gordaliza del Pino hace 78 años y lleva 52 de misionero en Guatemala. Hoy cuenta en León su vivencia en un país marcado por la pobreza, la desigualdad y la violencia y el trabajo de su parroquia con Manos Unidas por el empoderamiento de las mujeres.

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León

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La vida de misionero del padre Jesús está marcada por la historia del último medio siglo de Guatemala, país al que llegó el 15 de enero de 1970, apenas unos meses después de ordenarse sacerdote. «Encontré a los compañeros entusiasmados, gastados por el peso del trabajo y fui destinado a la zona norte-nororiente, una región muy bonita que limita con México y Belice», explica desde la sede de Manos Unidas de León.

Luego pasó a la parte opuesta del país. El sur y el paso hacia la frontera con México. Allí pasó los peores veinte años de su vida, coincidiendo con el conflicto armado que asoló al país durante 36 años y dejó un balance sangriento y doloroso: una veintena de sacerdotes y más de 500 animadores eclesiales asesinados, 45.000 personas desaparecidas, 200.000 muertas y más de dos millones desplazadas.

«Fueron veinte años muy difíciles en los que caminaba descalzo sobre el filo de la navaja», que le dejaron unas secuelas emocionales grandes. Podía haberse ido, pero «sentí la necesidad de quedarme para escuchar ese dolor, pues como dice el papa Francisco la escucho terapia es el mejor remedio». Y allí sigue, en un país donde el feminicidio —dos mujeres son asesinadas cada día— es la «continuación del genocidio del conflicto armado».

Empoderar a las mujeres en áreas estigmatizadas y criminalizadas donde ni la policía se atreve a entrar es el objetivo del proyecto que hoy presenta en León con la conferencia Guatemala. Con manos de mujer, historia de una transformación (19.30 horas salón de actos Ayuntamiento de León, c/Alfonso V).

En este país con 21 etmias que supone el 70% de la población y donde ser indígena aunque seas doctora de universidad es garantía de discriminación —el sacerdote cuenta el caso de una mujer de este perfil que fue literalmente arrojada de una cafetería— la violencia de pandillas de jóvenes y maras es otro de los problemas acuciantes. «No cuentan sus opiniones, no acceden a puestos visibles ni a cargos públicos», añade sobre la discriminación que sufre la mayoritaria población indígena.

Pero hay algo aún peor. «Ser mujer, indígena y pobre es lo peor que te puede pasar. Son maltratadas e invisibilizadas, pero la mujer es la que educa y guía, y la que toma las decisiones». Con 78 años, el padre Jesús Rodríguez está al cargo de la parroquia Nuestra Señora de las Victorias de la capital guatemalteca, que lidera el proyecto de empoderamiento de las mujeres, desde hace seis años con el respaldo de Manos Unidas.

Los 18.000 parroquianos a su cargo viven en los asentamientos —barrios de infraviviendas— de una «ladera inhóspita que da a un río de aguas negras», el barranco del río Vacas, a donde han llegado atraídos por las luces de una ciudad, expulsados de zonas rurales por las sucesivas catástrofes naturales —el terremoto de 1976 fue el punto de inflexión de las migraciones interiores— y las humanas derivadas de la guerra y las amenazas del narcotráfico y el tráfico de personas. Más del 20%, unas 5.000 personas, viven en condiciones de marginalidad.

«Muchas son mujeres solas venidas del interior del país, al aumentar la pobreza al reducirse la tierra cultivable», explica. «Con este proyecto intentamos erradicar la pobreza con los ingredientes de la formación integral, la incidencia política, la equidad de género y ayudando a pensar (algo que casi es pecado para ellas)», añade.

La capacitación consiste en formar a estas mujeres para que elaboren materiales de limpieza como champú y jabón; comestibles, como jaleas y mermeladas, confección, medicina natural y una planta procesadora de soja. El último eslabón de esta cadena en la que las mujeres son las protagonistas es la cooperativa de ahorro y crédito que gestionan con sus propias normas votadas en asamblea.

«Hace seis años conectamos con Manos Unidas, vieron lo que estábamos haciendo (desde hace 24 años) y trató de fortificar esta iniciativa», comenta este hombre que a cada paso cita al papa Francisco y siente que «ahorita, la luz ahora no está viniendo del centro, sino de las periferias».

Su empeño está «en ayudar a que la gente tenga vida digna y he apuntado hacia los sectores más excluidos y negados. Porque la pobreza niega vidas, bloquea, inmoviliza, atrofia, la encajona, encierra y aísla». Trabajar con las mujeres lo siente como una obligación: «La mujer es la que sostiene la Iglesia y la vida real de la sociedad. No digo que el hombre no importe. Pero una mujer, incluso una mujer que se ve empujada a la prostitución la usa para sostener a sus hijos. El hombre se va por ahí», incide el padre Jesús.

El proyecto escoge las personas idóneas para acompañar a las mujeres. Creen firmemente en que «quien educa a una mujer educa a un pueblo». Muchas han sido madres con 10 u 11 años, víctimas de violaciones en muchos casos dentro de la familia por incesto. Buscar y potenciar la figura de las mujeres replicadoras, referentes para las demás, es parte del trabajo. «Son las más despiertas, las llamadas a multiplicar lo que han ido aprendiendo acompañadas o solas».

Mujeres como Luz América y Alejandra que aparecen en el vídeo que proyecta hoy en León y mañana en Boñar. La primera de 50 años, cuatro hijos, familia estable que llegó al proyecto convencida de que su vida se había acabado, ahora es la presidenta de la cooperativa planta de procesamiento de productos derivados de soja. La segunda se acercó por un problema psicológico derivado de su pareja y «ha pasado de ser nadie a ser feliz, con 39 años y una nieta de cinco meses».

Proyectos como el del padre Jesús tratan de sembrar la esperanza en un país donde «el ejército sirve al capital más que a cuidar fronteras con el ingrediente añadido del narcotráfico en la frontera del norte con el sur que marca el tratado de libre comercio de México, Estados Unidos y Canadá», explica.

La pobreza crece, las condiciones de vida se deterioran y la pandemia vino a evidenciar de forma más cruda la situación con despidos, problemas en la educación y en la salud y vacunas que llegaron tarde y mal. No es optimista el panorama. «Caminamos hacia la dictadura», lamenta. Hace suya la idea del papa Francisco del «compromiso político como expresión de amor, la mejor forma de ejercer la caridad» en un mundo en que «la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor y no sabemos a donde vamos».

El padre Jesús siente que «he recibido más en Guatemala de lo que ha podido dar» y confía en que la labor de la Iglesia continúe con la incorporación de laicos casados o no porque «sacerdotes no hay». La carta Querida Amazonía ya atisba esta posibilidad, a la que en Guatemala y otros países de América Latina han abierto el camino con los llamados animadores eclesiales. «Lo de las mujeres —acceder al sacerdocio— está más difícil por el sexismo, aunque Jesús fue acompañado por hombres y mujeres», argumenta. Este misionero que salió de su pueblo, Gordaliza del Pino, directo al seminario de León contempla con cierta tristeza ese núcleo que hoy forma parte «de la España vaciada» donde tampoco hay ya casi ni curas. Confía en el espíritu del obispo de León para aires de cambio.

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