Diario de León

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¿Acaso somos tontos los españoles? Estamos convencidos de que muchos no lo somos. Pueda que haya quien sí lo sea, pues ‘de todo hay en la viña del Señor’. Incluso uno puede no serlo y pasar como tal, y es que ‘sarna con gusto, no pica, pero mortifica’.

‘Bulo’ es definido por el diccionario de la lengua española de la RAE como una ‘noticia falsa propalada con algún fin’; ‘bola’, el mismo diccionario, acepción séptima, la define como ‘mentira, rumor falso o infundio, generalmente con fines políticos o de otro género’; mientras que ‘bala’ es definida, en su primera acepción, como ‘proyectil de forma esférica o cilíndrico-ojival, generalmente de plomo o hierro’. Dicho lo cual, si para los Gobiernos de Pedro & Pablo, informaciones, opiniones y críticas por parte de quienes se apartan de las tesis oficiales son bulos, para muchos ciudadanos libres y con criterio, los mensajes difundidos por fuentes oficiales y medios apesebrados son bolas. «Poca duda hay de que, detrás de la campaña contra los bulos que ha emprendido el Gobierno —y que ha citado Pedro Sánchez en varios de sus más recientes discursos— hay una clara intención de minar las fuerzas y la credibilidad de los críticos… A tenor de lo ocurrido en los últimos días, conviene no bajar la guardia, pues parece que en Moncloa hay algún tipo especialmente peligroso» (R. Arranz).

Empezaron llamándolo argumentario —apoyar planteamientos políticos—; después relato —imponer una historia de los hechos a conveniencia sectaria e ideológica—; y ahora nos encontramos ante una descarada y obscena desinformación —calificar como bulos las informaciones y opiniones de quienes se alejan de la línea oficial—. Cargados de material bélico —balas—, en sentido figurado, los ejércitos mediáticos adictos al régimen sanchista que (des)gobierna España, se afanan por inculcar, hasta la náusea, consignas totalitarias para salvar al ‘generalísimo Sánchez’. Además, para conseguir su objetivo, la factoría de mercenarios monclovitas suministra una variada producción de ‘trucos’ como ha desvelado César Calderón cuando escribe que «las palabras son importantes… con ellas se pueden entronizar reyes y también destruir imperios… de tal suerte que el parón de la economía se ha convertido en ‘hibernación’, los espacios de reclusión de los enfermos asintomáticos en ‘arcas de Noé’ y el número de fallecidos en ‘la curva’. Tal es el poder de las palabras, que quien las elige y populariza, domina el escenario… Hay muchos más trucos como ocupar los informativos con la imagen del presidente del Gobierno sin límite de tiempo, manejar los datos oficiales para que se ajusten al relato, atacar a las CCAA para evadir las responsabilidades propias, ofrecer un ‘pacto de estado’ con una mano mientras con la otra se atiza a la oposición…». Ni que decir acerca de la falta de transparencia de un (des)gobierno totalitario, lo que ha sido recientemente criticado por la asociación de profesionales de la transparencia Acreditra en un comunicado bajo el título ‘Respetar la transparencia, respetar la democracia’, en el que manifiestan su «preocupación» por la «suspensión injustificada de los procedimientos de ejercicio del derecho de acceso a la información pública a cuenta de la crisis».

Si las ‘balas’ y ‘trucos’ (el miedo, las cortinas de humo, ‘el parte’, los técnicos y expertos) contienen un fondo peligroso, no menos los instrumentos con los que se está librando esta guerra —a decir del ‘monologuista’ con su lenguaje bélico en interminables homilías sabatinas llenas de referencias militares—. Manipular la Tele-CIS, monitorizar las redes sociales —Marlaska dixit —, engrasar los medios cautivos, y premiar a tertulianos, analistas y opinadores afines, es lo que entiende el social-comunismo por libertad de prensa y de información. El fin justifica los medios. Atreverse a criticar esas conductas, le supone a quien lo hace ser tachado de estercolero, desleal, facha o fascista.

La segunda decisión de Pedro Sánchez cuando ocupó La Moncloa —cambiar el colchón fue la primera— consistió en asaltar TVE. Después vendrían otras en las que, con gestos labiales y manuales, se manda cortar entrevistas incómodas. Ganar la batalla de la información a cualquier precio ha sido —y es— su mayor obsesión, como parece ser que también lo es el uso instrumental del CIS a través de encuestas en las que se plantean en un mismo enunciado dos preguntas que formuladas por separado admitirían distintas respuestas, o sugieren una cosa y la contraria en la misma pregunta o hacen preguntas con respuestas incorporadas, con el fin de orientar las respuestas al gusto del Gobierno, influir en la voluntad de los encuestados y determinar comportamientos preestablecidos tendenciosamente limitando la libertad de los encuestados. De manera descarada han pervertido y convertido el CIS en un arma perniciosa contra la verdad.

Otro tanto ocurre con internet y las redes sociales en las que se han creado falsos perfiles partidarios —página del Ministerio de Sanidad en Facebook— con cuentas a partir de las cuales aumentar interacciones simulando corrientes de opinión favorables. Y ello, sin olvidar el incremento de los mensajes rupturistas —cambio de régimen— escuchados a una izquierda radical y sectaria, en versión política, mediática y sociológica. Mensajes irreproducibles que delatan el bajo, cuando no inexistente, nivel moral en el que se hunden algunas personas y grupos políticos y sociales de los que forman parte.

Lamentablemente, en esta guerra de bulos, bolas y balas se ha visto envuelta una institución tan respetable como lo es la Guardia Civil, utilizada para cumplir misiones políticas. Pedro Sánchez es el problema, no la solución. Por él y con él han vuelto las dos Españas. Esperemos que cuando dice que cada día que pasa queda un día menos, lo sea para ser apartado de la presidencia del Gobierno. Falta hace. Cuanto antes, mejor. «Sr. Sánchez, pague las nóminas, y váyase» (S. Abascal).

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