Diario de León
León

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¿Les suena aquello de «por el imperio hacia Dios»? Acaso, también, lo de «tengo un tractor amarillo, que es lo que se lleva ahora…». Pues bien, permítanme la licencia y pónganle música a la letra: «por el engaño al poder…, que es lo que se lleva ahora…».

Y es que han redescubierto (no es que antes no existiera, obviamente) el poder extraordinario que posee el engaño, con las dosis y la frecuencia convenientes que el elector necesita, para convencerle de lo interesante que es creer en lo que le gustaría creer.

A partir de esa premisa, los expertos en la manipulación de los hechos por llegar (aunque no lleguen nunca) lo tienen fácil, no imaginando, que eso sería muy torpe, sino asegurando la bondad de esos hechos, los cuales llevarán la felicidad a la sociedad moderna y progresista (estos dos últimos adjetivos, en negrita y en mayúscula, no lo olviden).

Y si a alguien, con una inteligencia normalita y aunque no pertenezca a ningún partido político, se le ocurre no ya disentir frontalmente del engaño sino, simplemente, expresar que no ve claro el asunto, le endosan, acto seguido, calificativos explícitos de retrógrado, conservador viejuno e insolidario; eso como mínimo

Y si a alguien, con una inteligencia normalita y aunque no pertenezca a ningún partido político, se le ocurre no ya disentir frontalmente del engaño sino, simplemente, expresar que no ve claro el asunto, le endosan, acto seguido, calificativos explícitos de retrógrado, conservador viejuno e insolidario; eso como mínimo.

Y si sospechan que el «conservador» tiene afiliación política, sea cual sea, pero que no es de la de su cuerda, entonces es un iluminado, o un carca o un fascista. En eso son categóricos, de una «lógica» aplastante inductiva, no deductiva, porque sería peligroso poner en duda la verdad de sus planteamientos. Ellos son muy dados a predicar, no con el ejemplo, precisamente, sobre la bondad del principio evangélico de «dad y se os dará», con su peculiar estilo político vanguardista y totalmente desprovisto del sentido religioso que conlleva la frase en cuestión. Que hay que saber adaptarse a los tiempos que corren.

Claro que, si se limitasen a la literalidad de dicha frase, saben, y ellos serían los primeros que iban a recaudar poco de los donantes; sobre todo en la proporción que necesitan para cuadrar las cuentas. Así que ponen en marcha los principios sacrosantos de los derechos de los ciudadanos (lo de las obligaciones queda para otro momento), tal como lo recoge la Constitución vigente. Pero, claro, para que los derechos se lleven a cabo es preciso mucha pasta, y esa pasta no crece en los árboles. Así que duro a los impuestos, que hay mucho gasto por hacer. Y entre esos gastos están, aunque ya se encargan de camuflar la verdad, los destinados a su propia existencia, no la legítima de sus cargos, sino la de la cohorte de asesores, ad-lateres, «pesebreros» (de pesebre) y chupones que pululan por doquier a la espera que les caiga un puestecito con el que poder vivir holgadamente sin trabajar, que está muy mal el empleo. Se da por hecho, una vez más, que el engaño funciona, porque, según ellos, se trata de puestos de confianza absolutamente necesarios para el buen funcionamiento del poder democrático para el bien de la ciudadanía.

Los políticos, en una proporción nada desdeñable, son unos parásitos bien establecidos en el cuerpo social, del cual dependen y se aprovechan cuanto pueden para medrar. Eso lo sabe todo el mundo, al cual, sin embargo, tratan de engañar y convencer de que, en todo caso, son unos parásitos altamente beneficiosos para la buena salud de la comunidad… «¡Manda huevos!», que diría Trillo.

Hay mantras, eslóganes, principios, derechos constitucionales etc. que se prestan a la manipulación engañosa de los mismos por parte de los políticos. Pongamos algunos ejemplos: El derecho a una vivienda digna, o el derecho a una sanidad integral (la calidad de esta última ya está incluida en el adjetivo). Nadie, medianamente sensible a las necesidades humanas, los pone en duda, pero, inmediatamente, surge la pregunta: ¿cómo se logrará llevar a cabo esos bienintencionados derechos? Las respuestas varían dependiendo de a quienes se les hace la pregunta, de su afiliación política, e inclusive de su maduración intelectual. Así, algunos opinarán que, primero, trabajando mucho, con el fin de disponer de los medios necesarios para llevarlo a cabo. Y ello con inteligencia y sin despilfarro. En principio parece sensata la respuesta. Sin embargo, es un punto de vista no compartido por otros que se inclinan más bien por utilizar el principio de que el dinero necesario para tal objetivo debe salir, principal y prioritariamente de «los que más tienen o más ganan». Ese mantra no analiza ni el cómo ni el por qué se ha llegado a esa conclusión, ni siquiera si ese capital ha sido, y es obtenido legalmente, habiendo pagado todos los impuestos correspondientes. Tampoco demuestran que con ese método sería suficiente para lograr el objetivo señalado (que bien saben que no). Habrá, inclusive, quienes haciendo gala de su perspicacia cual infante observador dirán que lo que sobra es dinero en los bancos…

Nadie discute el principio de la justa distribución de la riqueza para alcanzar el objetivo de que todo español alcance un razonable estado de bienestar. Lo que ocurre, y ahí reside el engaño, es que hay quienes añaden, a ese principio, un mantra con otros ingredientes, pretendiendo convencer al futuro elector de lo bien fundado de su política. Así, por ejemplo, el de que todo español, por el hecho de serlo, es igual que sus compatriotas (no a los ojos de Dios, ni en los derechos fundamentales), por lo que el conjunto de la sociedad tiene la obligación de satisfacer dignamente sus derechos (lo de las obligaciones no se hace hincapié en ello), necesidades y «deseos». Es al término «deseo», al que disfrazan de derecho, y bajo cuyo manto se esconden, a menudo, la envidia y el odio, donde pretenden pescar en el caladero de votos. Ahí es donde reside el engaño, pues de sobra saben ellos que, una vez conseguido el poder, jamás podrán satisfacer ciertos deseos por mucho que pretendan forzar a la naturaleza.

Lo de «sed realistas, pedid lo imposible», expresión de rebeldía de tiempos pasados, y en cuya frase algunos ven hondura de pensamiento, incluido el filosófico, a mí me parece de una ingenuidad muy humana. No pongo en duda ni el ingenio de quien la parió ni de sus intenciones, pero no deja de ser un deseo más propio de un pensamiento mágico de la infancia que de una adaptación y compromiso con la realidad de la adultez. Y, sin embargo, es una frase (o sus equivalentes) que sigue teniendo tirón y predicamento en ciertos espacios políticos que conocen muy bien que, en el ser humano, la utilización del engaño funciona; sobre todo si se lleva a cabo con inteligencia (léase picardía, de la picaresca tan española) así como con arte (una especie de oratoria a lo Demóstenes, pero en versión charlatán de feria), y conduce muchas veces (aunque no siempre, felizmente) al poder. Y si quieren más ejemplos de otros engaños posibles y en marcha, piensen en la democracia asimétrica, las respectivas independencias de Cataluña y la del País Vasco, pasando primero por la España Federal, Multinacional o Medio Pensionista. Y es que cuando se necesitan votos para cuadrar las cuentas no lo hay como poner en marcha el susodicho culto al engaño…

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