Diario de León
Publicado por
Pedro Díaz Fernández
León

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Llevo a mis espaldas veinticuatro campañas de incendios, dos en las BRIF y el resto como agente medioambiental, y este año me doy cuenta de que prácticamente comienzo de cero. No es solo que la complejidad de los mismos inviten a no confiarse y abordarlos como si siempre fuese la primera vez, sino que nunca antes había vivido incendios como los de estas semanas. Llevamos unos años prevenidos de que bajaría el número de incendios pero que estos iban a adquirir unas dimensiones enormes, incluso el Centro para la Defensa Contra el Fuego ya nos había ofrecido algo de formación sobre un protocolo para abordarlos, el SMEIF (Sistema de Manejo de Emergencias por Incendios Forestales). Dicho a grosso modo, los agentes medioambientales actuamos como jefes de extinción sobre el terreno, coordinamos los medios y planificamos el trabajo, pero ya hace unos años se nos indicó que en ese mismo desarrollo fuéramos ensayando dicho protocolo y organizando el Puesto de Mando Avanzado propio de un incendio de grandes dimensiones, en cuyo caso tomaría el relevo sobre el terreno un Director Técnico de Extinción (ingeniero de montes).

En estos días se ha producido además otro incendio en redes sociales y medios de comunicación. No lo he seguido mucho, pero varios compañeros me han advertido que está plagado de tópicos, señalamientos a todo tipo de colectivos, incluido el nuestro, y peticiones de lapidación varias. A ti, que me estás leyendo, me gustaría trasladar mi análisis, pero no quiero apelar a tus emociones para sortear tu razonamiento. Tu atención es un bien muy codiciado en estos tiempos de la inmediatez y la sobreinformación, así que si buscas un rápido señalamiento de culpables, soluciones mágicas o mantener una idea reduccionista, no pierdas el tiempo con esta tribuna porque te va a desilusionar.

Lo primero que nos viene a la cabeza cuando hablamos de incendios forestales son los problemas de deforestación. La pérdida de nuestros bosques es algo que también a mí me preocupa; sin embargo, considero que son las especies invasoras y el cambio climático la principal amenaza. No sabemos qué nuevos hongos o insectos llegarán de lejanos países y mucho menos si nuestros árboles se adaptarán a su presencia y, por otro lado, ¿no os habéis fijado en las quemaduras provocados en los robles únicamente por el viento? Si observan un poco, verán que en gran cantidad de nuestros robledales parece que comience el otoño. No tengo datos científicos para sustentarlo y espero que solo sea una mala interpretación mía de algo que está a la vista, pero me da la impresión de que muchos de nuestros boques no están diseñadas para soportar, si se repite varios años, que el aire azote a sus hojas durante semanas con temperaturas superiores a los cuarenta grados.

Por su parte, los fuegos no parece que vayan a ser la causa de una futura deforestación, más bien el imparable crecimiento de las masas vegetales está en el origen de estos nuevos incendios, de un tamaño y una virulencia a la que nos tendremos que ir adaptando. El abandono rural no supone un riesgo para el bosque y el sotobosque, todo lo contrario, lo fomenta hasta tal punto que prácticamente está invadiendo nuestros pueblos y ciudades, en donde a sus afueras ya no resulta ni siquiera sorprendente encontrarse un jabalí o un corzo, y favorece que incluso algunos osos campeen tranquilamente desde su antiguo reducto de la Cordillera Cantábrica hasta la provincia de Zamora.

La pérdida de nuestros bosques es algo que también a mí me preocupa; sin embargo, considero que son las especies invasoras y el cambio climático la principal amenaza

Lo más curioso son los tópicos que se vienen esgrimiendo para explicar esta situación en la que no se puede negar el problema de los grandes incendios. Se alude a cuestiones de gestión bajo una visión de intocabilidad de la naturaleza propia de los documentales de naturaleza americanos. Volvemos al reduccionismo y a lo que en psicología se denomina sesgo de disponibilidad. Nos imaginamos esos paisajes salvajes y vírgenes de lugares como Yellowstone con los que nos bombardea la tele y acabamos creyéndonos que ese es el paradigma conservacionista. Pero los ingenieros de montes y los agentes medioambientales siempre hemos trabajado desde otra perspectiva. No nos molestamos en desmentir estos tópicos, como el de que soltamos culebras en paracaídas, porque por cada artículo como el que tienes en la mano se van a generar miles de mensajes cargados de desinformación. Eso no quita el hecho de que siempre hemos gestionado el medio como un paisaje antropomórfico, donde el hombre forma parte de los procesos naturales, y los Montes de Utilidad Pública, y no los Espacios Protegidos, están en la base de la conservación de nuestro patrimonio natural.

La conservación siempre va detrás, supeditada, a los modelos económicos. Por eso hasta hace unos años, nos encontrábamos situados entre esa visión idealizada de la naturaleza del mundo urbano y esa otra utilitaria del mundo rural. No nos engañemos, muchos de los montes presentan un aspecto totalmente degradado, cubiertos únicamente de brezos y jaras, debido a prácticas tradicionales de pastoreo basadas en la continua provocación de incendios. Incluso en el aprovechamiento de leñas, estas no están prohibidas, lo que están es condicionadas a no llevar a cabo cortas abusivas y respetar los árboles dominantes y mejor conformados para lograr masas maduras que, ensombreciendo y reduciendo el sotobosque, sirvan para frenar los incendios. Los Montes de Utilidad Pública han garantizado, y garantizan, el aprovechamiento de los vecinos por encima de cualquier otro uso, pero bajo unas condiciones. Por mucho que se repita, la desaparición de los usos no tiene que ver ni con el lobo ni con la administración (aunque yo también opino que se debe reducir la burocracia), sino con el cambio de los modelos productivos. En pocas palabras, habiendo formas más sencillas de ganarse la vida, una cosa es predicar sobre la necesidad de que haya rebaños de cabras y otra muy distinta soportar la dura vida de un cabrero en la soledad de los montes.

Abordamos un reto nuevo en la extinción de grandes incendios (operativo contra incendios), un reto nuevo en cuanto a la seguridad de los bienes y de las personas (protección de núcleos urbanos y construcciones) y otro también en cuanto a preparar el territorio para que los fuegos no adquieran dimensiones inabarcables y puedan ser controlados. Respecto a este último punto, los Montes de Utilidad Pública, gracias a no presentar problemas de propiedad, la posibilidad de una intervención directa, la gran cantidad de hectáreas que poseen y estar protegidos por la constitución como bienes inalienables, imprescriptibles e inembargables, se presentan como el mejor instrumento vertebrador para las políticas de prevención de incendios.

Por último, quiero manifestar todo mi apoyo a los bomberos forestales y a sus justas reivindicaciones.

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