Diario de León
Publicado por
María Teresa Fernández, concejala de UPL en el Ayuntamiento de León
León

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Antes de sufrir una enfermedad grave, observaba a ojo de calle la situación de desigualdad de la mujer en la sociedad. Después de sufrir un cáncer al que, de momento, he sobrevivido, observo esa misma situación con otra perspectiva. Cambia la visión y la forma de enfrentarte al hecho de haber nacido mujer. Te empodera. Te hace más fuerte y, a la vez, menos condescendiente con la desigualdad. Puesto que la muerte nos iguala a todos, la vida también debe hacerlo. El buen recuerdo que guardan las personas al irnos, es lo más hermoso que dejamos aquí.

Estudios científicos demuestran que hombres y mujeres somos iguales en desarrollo intelectual. Aun así, nosotras somos frecuentemente juzgadas con más dureza y tenemos que trabajar el doble para demostrarlo. La carga de labores arrastradas durante años en las familias, la profesión, sumada al cuidado de la casa, de los hijos y de los mayores, serían ensalzadas si quienes las realizaran de forma mayoritaria fueran los hombres. Pero a nosotras, ni se nos valora, ni se nos agradece; más bien se ignora, aunque las mujeres conocemos perfectamente nuestras capacidades.

A estas alturas, solo unos pocos cavernarios niegan que la mujer carece de igualdad ante los hombres. Solo unos pocos de ellos se abstienen de opinar ante medidas para alcanzar ese equilibrio. Aunque va cambiando, la sociedad sigue configurada para que brillen los hombres. Que una mujer corrija a un hombre por comportamientos inadecuados puede desencadenar estrategias urdidas para arrinconarnos y quitarnos de en medio mediante tácticas enfangadas en el machismo. Si nos atrevemos a corregirles una falta de ortografía, podemos desencadenar una reacción desmedida en el destinatario. Respuestas como «qué más da, si se entiende lo mismo» es lo más suave que escuchas. Pero no, ni se entiende lo mismo, ni da igual escribir bien que escribir mal, porque no se comunica igual, ni se llega al mismo público, ni el mensaje es el mismo.

Estas situaciones y muchas más suponen para nosotras un plus de esfuerzo a fin de demostrar que, si estás donde estás, nadie te ha regalado nada.

Muchas personas argumentan que ya existe la igualdad, que a todos hay que medirnos por la valía. Esto será posible cuando la equidad sea real, para lo que, según el INE, faltan unos 150 años. Argumentan también que la Ley de Igualdad consigue que lleguen mujeres poco cualificadas a los cargos directivos. De lo que no se habla es de que, antes de la Ley y después de ella, llegan y han llegado hombres poco cualificados a dichos puestos, cuestión que ni se denuncia ni se cuestiona, porque a los hombres no se les pone en tela de juicio. Las mujeres leonesas vivimos todo esto con unas peculiaridades, además, especiales.

Las mujeres somos más y vivimos más tiempo. En la Región Leonesa hay un 51% de mujeres frente al 49% de hombres y tenemos una esperanza de vida seis años mayor.

Estos dos factores hacen que también en nuestra vejez tengamos unos problemas añadidos de los que los hombres carecen porque, desgraciadamente, fallecen antes. Las políticas generalistas que se vienen aplicando, no se acomodan a lo que es León y la Región Leonesa: ni a nuestra idiosincrasia, ni a nuestra ocupación del territorio, ni tan siquiera al mantenimiento de las familias unidas. En gran medida somos las mujeres quienes más sufrimos este tipo de políticas desigualitarias, también en la tercera edad.

Los problemas de la mujer en el mundo rural deberían ser tratados de forma específica. La identidad leonesa, en la que se incluye que muchas familias son propietarias de un terreno, ha hecho que la vida de las leonesas sea históricamente diferencial. Por estos motivos tenemos que buscar la igualdad y los intereses de la mujer rural leonesa bajo un punto de vista leonesista.

La decadencia de León tiene un impacto directo sobre las mujeres. Los vínculos afectivos que se establecen entre nosotras y nuestros hijos van más allá del cariño que comparten ambos progenitores y se adentran en la propia biología humana. Cambios a nivel molecular, neuronal y hormonal durante el embarazo, establecen un vínculo madre-hijos que, por simplificarlo, es mucho más intenso que el de los hombres. El declive socioeconómico leonés hace que nuestros hijos, en vez de nacer con un pan, nazcan con una maleta debajo del brazo. A la hora de independizarse de los padres, nuestros hijos se van lejos a buscar un trabajo digno que, generalmente, en León no encuentran.

Las leonesas no vamos a poder disfrutar de la infancia y juventud de nuestros nietos. Ya está pasando. Nuestros hijos muchas veces se alejan de nosotras con lágrimas en los ojos, porque pierden las referencias paterno y materno filiales, y se ven privados de la presencia cercana de sus padres. Nuestros hijos e hijas también sufren cuando se alejan por obligación. Nuestros nietos se ven y se verán privados de nuestros abrazos y mimos.

Nuestro destino es envejecer solas, si no ponemos remedio pronto. Al cuidado de un extraño, sin ningún familiar cerca. Este abandono lo sufrimos especialmente las mujeres, ya que tenemos más esperanza de vida. Viviremos en soledad los últimos años, hasta que fallezcamos. Nuestros hijos sobrellevan desde la distancia de otros lugares cómo sus madres languidecen en la soledad de una residencia.

Leonesas, ¡despertad! Nuestros hijos tienen derecho a quedarse en su tierra, si así lo desean. Desde que pertenecemos a esta Comunidad Autónoma, les han hurtado ese derecho. A nosotras, nos han robado a nuestros hijos.

¡Leonesas! Es imprescindible que tomemos las riendas de nuestro propio destino. Por igualdad y por supervivencia. Solo la Autonomía Leonesa —y con ella la llegada de recursos económicos, la capacidad de decisión propia y, por tanto, el aumento de trabajo y el asentamiento de la población— hará posible que se pueda revertir esta situación para las mujeres leonesas de toda condición. Salgamos a la calle para reivindicar la igualdad y una Autonomía propia, que al menos nos iguale con las mujeres del resto de comunidades autónomas.

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