Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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D e aquellos libros juveniles leía yo hasta el nombre del taller en el que habían sido compuestos, y la fecha de impresión, y el número de ediciones, aguzando la vista en el apellido del traductor o del diseñador de la portada hasta caer por el abismo del tejuelo, y por eso me acuerdo bien de una larga serie de ciudades hispanoamericanas que conformaba la lista de sedes de la editorial en cuestión: eran capitales de naciones exóticas, y si las seguías desembocaban en una palabra de cuatro letras en caja alta, pequeña y fornida que tiraba de todas ellas como la locomotora de los vagones: LEÓN (España). Tardabas unos minutos en reaccionar y en reconocer en las tipografías tu propia ciudad, la de tu colegio y tu familia, a donde volvías el domingo después de pasar el finde hozando en el pueblo, y te embargaba una rara comezón de orgullo sólo comparable a cuando sacaban la Catedral en el programa A vista de pájaro .

Eran las ciudades en las que tenía representación la editorial Everest, uno de los grandes sellos de la edición nacional, sinónimo de guía de viaje, de libro de texto, de prestigioso concurso, de labor y alimento para cientos de trabajadores y familias, de muchas cosas. Fue cima hasta hace nada y ahora cae como una montaña de naipes, derrumbe al que asistimos atónitos y con las preguntas a flor de boca. ¿Qué crisis es esta que en sólo tres años ha tumbado a todo un gigante? ¿Se ha debido el alud a una miope gestión o a un problema relacionado con la piratería, Internet, los bajos índices de lectura y todo un sistema de valores en el que ya no hay lugar para las editoriales que no pillen cacho? ¿Y por qué esas carreras y esas lágrimas en el gobierno autonómico cuando se trata de ayudar a otras empresas pero no a ésta?

Sea como fuere, un Everest desarbolado es la puntilla de León, la ciudad que un día soñó con ser cumbre de la letra impresa, de la investigación biológica y veterinaria, y de la energía minera. Ahora todo eso ha ido a parar al arroyo y los supervivientes, a la vista de la escombrera, preguntamos en voz alta, como clamando al cielo, el nombre de los perpetradores que nos arrebataron el papel, la medicina y el calor.

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