Diario de León
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HOJAS DE CHOPO. ALFONSO GARCÍA
León

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La emigración es una constante en nuestra tierra. La que se dirigió a América especialmente en la primera mitad del siglo pasado merece un estudio detenido, por la cantidad y por las circunstancias que la rodearon, no siempre fáciles. Posiblemente, todo lo contrario, porque buena parte de los afectos y de la raíces se iban diluyendo. Cada vez que viajo a ciudades en que hay asentamiento de paisanos nuestros —Buenos Aires, La Habana, Mar del Plata…— suelo encontrarme con ellos, algunos amigos de la infancia, para hablar, recorrer los espacios de la llegada y sus protocolos —especialmente duro me resultan siempre muelles o espacios de cuarentena— o compartir una cerveza o una de sus actividades. Conozco así muchas historias personales en que la superación o la simple lucha por la vida trazan las coordenadas de una realidad intensa prolongada en la segunda y tercera generación.

Nada tiene de extraño que en las lejanías hoy insospechadas aquellos emigrantes necesitasen puntos de encuentro, una referencia del recuerdo, de la asistencia ante las necesidades, de la ayuda, de la diversión. Así nacieron los centros o casas regionales. Concretamente, el Centro Región Leonesa de Buenos Aires nació el 2 de julio de 1916. Muy pronto cumplirá un siglo. Y como otros, con la presencia de jóvenes acuciados por la crisis, sigue vivo, con intensa actividad y con la esperanza de seguir siendo el referente de una tierra, la suya o la de sus antepasados. En ningún otro sitio como en estas casas he visto aflorar con tanta fortaleza ese espíritu, además de haber forjado allí notables trayectorias personales en la actividad económica, empresarial, deportiva, cultural…

Hace dos años que la Colonia Leonesa de La Habana cumplió también su primer siglo de vida —el primer caso de la historia—, llena de vigor. He de subrayar —y los datos son, además de tozudos, elocuentes— que en ambos casos, a lo largo de este tiempo y cuando la economía les era favorable, tomaron múltiples iniciativas en la provincia con cantidades económicas como aval para paliar algunas de nuestras carencias o nuestras desgracias.

Como generosidad se paga con generosidad, creo que este es el momento oportuno para que la Diputación Provincial acuerde conceder a ambas sociedades la Medalla de Oro de la Provincia. Seguramente pocos, posiblemente nadie, tengan acreditados tantos méritos para el reconocimiento. Hacer oídos sordos a esta realidad sería una verdadera deshonra.

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