Diario de León
Publicado por
Luis-Salvador López Herrero | Médico y psicoanalista
León

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No presto demasiada atención a las noticias y mensajes difundidos por la red —y advierto a los lectores de la necesidad de no intoxicarse demasiado para mantener cierto alivio psíquico—, pero sí a las palabras de mis pacientes en las que ahora advierto cierto temor, culpa y presencia de un castigo inminente. Pero lo peor de todo es que esos miedos, infundados o no, envueltos en la temática de la culpa y su corolario el castigo, les han sido inoculados por todos aquellos gobernantes y autoridades que deberían saber mostrar en la encrucijada cierta calma y cautela, en su hacer frente a este «imposible» que nos envuelve. Es decir, todo lo contrario de lo que estarán escuchando en este momento, en los diferentes medios de comunicación, a partir de sus portavoces oficiales. 

Como ven retornamos a antiguas palabras (falta, culpa) y rituales de expiación (castigo), en el seno mismo de la modernidad. 

 No es ninguna noticia aludir, en este momento, al descalabro organizativo de la pandemia, así como a la ineficacia de sus operaciones a lo largo de este empuje viral desconocido, que ha puesto contra las cuerdas a nuestro estilo de vida. En verdad, es un secreto a voces que se difunde por todas las esquinas. 

El marco de Gobierno central y autonómico, de carácter representativo, ha funcionado «adecuadamente» mientras los asuntos marchaban siguiendo su propia lógica, o lo que es lo mismo, con un piloto automático que mantenía el rumbo en medio de un mar tranquilo, iluminado por un sol de bienestar. En este punto, como comprenderán, no hacía falta demasiado capitán ni tampoco una tripulación excesivamente especializada, porque todo funcionaba según el plan de nuestras propias ilusiones, sólo perturbadas por las noticias trágicas que venían de otros mundos. El problema surgió cuando el tiempo cambió a lo peor y el mar se embraveció con una fuerza intrépida, mientras el piloto automático dejaba de funcionar misteriosamente. En ese instante, nosotros, los viajeros del primer mundo, comenzamos a echar en falta la pericia y los recursos del capitán y de su tripulación que, adormilados en sus acomodados camarotes, no salían de su asombro y mucho más cuando no atinaban a poner el programa manual, entre otras cuestiones, porque lo desconocían. 

Hace tiempo que venimos aludiendo que, en situaciones inéditas, no valen las buenas palabras ni tampoco las intenciones, sino solamente los hechos confrontados con la realidad de una situación singular, única, completamente alejada de lo habitual. Llegado este punto en el que todo es demasiado complejo como para revertirlo con cálculos convencionales, se echa en falta, demasiado en falta quizá, la presencia en escena de personas con la capacidad suficiente para afrontar lo incierto de ciertas travesías. Y, en este punto, no vale cualquiera, lo cual no es de sorprender, sino sólo aquellos a los que se les supone los conocimientos y las habilidades para afrontar situaciones límite, tal como la que sufrimos. Y, cuando aludo la palabra «suposición de conocimientos», quiero decir que se la otorgamos a estas personas por la confianza en su saber, aunque ciertamente ese saber siempre se muestre agujereado por ese real que nos invade. 

Sin embargo, en ese trance, estaremos haciendo lo único que podemos realizar, es decir, confiar en todos aquellos que han dedicado su vida a investigar los meandros del ser humano en relación con el empuje de la naturaleza. Sólo así podríamos estar convencidos de que estamos haciendo todo lo posible para encauzar una situación, que nos supera a todos, sin duda, desde cualquier ámbito y lugar del país. 

Para este menester hubiera sido ineludible desde el principio, la centralización de la pandemia con la elección de personas, de diferentes marcos y profesiones, ajenos a cualquier clientelismo o amiguismo político. No en vano estaba en juego la vida y la seguridad de nuestros conciudadanos. Este supuesto y deseable saber hacer en momentos de auténtica crisis, se me antoja ahora como una decisión de altura política, humilde y honesta, verdaderamente al servicio de la ciudadanía más allá del juego político en «tiempos de piloto automático». 

Sin embargo, desgraciadamente, no fue esa la decisión y el descalabro del comienzo retorna nuevamente de mal en peor, con medidas marcadas por la duda, aumento de muertos y la sensación de que todo vuelve a estar fuera de control, a pesar del supuesto regalo de reyes, de las vacunas. Ahora bien, lo más lamentable, lo peor, es que los mismos que han mostrado su inoperatividad, se ceban ahora, con ruegos y lamentos, que no hacen más que sumir a la población en un temor que acrecienta aún más su infantilidad, tanto como la necesidad de castigo por el disfrute de unas parcas Navidades.

 

¡Ciudadanos y gobernantes! Hay que dejar de llorar y lamentarse y ponerse a trabajar codo con codo, con responsabilidad, audacia y decisión, sin esperar que el tiempo o la esperanza, sea la que fuere, vengan a solucionar todo aquello que, sin estar por completo en nuestras manos, depende sin embargo, de ellas, de su habilidad y franqueza en el buen hacer. Y, para ello, no se pueden desperdiciar todos esos pilares valiosos humanos que disponemos en la penumbra o entre bastidores. De esto dependerá nuestra salida individual tanto como el porvenir de nuestro país. 

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